Columna


Humboldt en Turbaco

SANTIAGO MADRIÑÁN

08 de febrero de 2017 12:00 AM


Después de haber observado el eclipse lunar del 30 de marzo de 1,801 a las 05:24:05 am, anclado en la bahía de Punta Gigante, Humboldt continuó su tortuoso trayecto hacia Cartagena. En la ciudad amurallada permaneció “6 días muy incómodos en un albergue miserable”. ¡Su principal distracción fueron las maravillosas procesiones de Semana Santa, en la cuales le llamó la atención la “indescriptible cantidad de Plumeria alba y de Plumeria rubra [florón blanco y rosado] que se esparce en estas festividades! ¡Cada casa utiliza diariamente una canasta grande llena!” Este aparte del diario de Humboldt nos deja conocer la abundancia de estas bellas especies en aquella época, las cuales seguramente pululaban los bosques de la isla de Manga y alrededores. Estas especies, de origen caribeño, son ampliamente utilizadas como árboles ornamentales urbanos en los países tropicales del mundo, a tal punto que es la flor emblemática de las islas pacíficas. ¡Cuánto podríamos embellecer nuestra ciudad si plantáramos cientos de estos árboles, los cuales se propagan fácilmente por esquejes!
El 6 de abril, Humboldt partió hacia Turbaco donde pretendía pasar sólo 8 días, pero su estadía se prolongó hasta 15 días. En su diario nos cuenta: “Es costumbre de todos los enfermos de Cartagena ir a convalecer a Turbaco. [José Ignacio de] Pombo, quien compró la casa del Arzobispo Góngora, nos la cedió, y nunca estuvimos mejor hospedados ni nunca hubiéramos podido estudiar con más tranquilidad y con mayor amplitud los magníficos productos. ¡Qué felices han transcurrido hasta ahora los días en Turbaco! El clima es fresco, el aire (aire de la montaña) celestialmente puro y refrescante. El pueblo está sobre una loma, en medio de valles boscosos donde manan pequeños riachuelos. ¡Qué panorama ofrece nuestro jardín! El valle y las montañas, todo está cubierto de espesa vegetación, con majestuosos árboles. Plantaciones de plátano guineo y grandes cantidades de Bambúes sonríen desde el desierto con amistoso verdor. Poco después de la salida del sol reposa la niebla en el valle. Las copas de la alta bonga, ají y caracolí descollan como archipiélagos sobre este mar brumoso. A cada hora del día se transforma la escena, pero siempre está animada con los trinos de las aves silvestres. En ningún sitio de Suramérica oí cantar las aves tan tiernamente, con gorjeos tan hondos, como en los alrededores de Cartagena.”
Dada la detallada descripción de Humboldt, podemos asegurar que este paradisiaco lugar es precisamente donde hoy está el Jardín Botánico de Cartagena “Guillermo Piñeres” y donde más de 200 años después permanece intacto.


*Director de la Fundación Jardín Botánico “Guillermo Piñéres”, Profesor Titular de la Universidad de los Andes.

PH.D.

santiago.madrinan@jbgp.org.co

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