La humildad es la virtud reina, nos conduce a abrirle el corazón a Dios, reconociendo que sin Él, el mal puede gobernar nuestra mente, corazón y voluntad, en cambio en comunión con Él, podemos ser mejores cada día. El mal se caracteriza por la soberbia, el orgullo, porque nos hace creer que podemos hacer el bien sin Dios y el pecado va penetrando sutilmente en nuestra vida. Incluso cuando pecamos, la humildad es nuestra tabla de salvación, porque nos hace llevar el corazón arrepentido a pedir el perdón del Señor quien nos cura y nos restablece en su gracia. La humildad nos lleva a escuchar con atención a los demás, a revisarnos permanentemente para dejarnos cambiar y transformar por el Espíritu Santo, nos abre a la fe, a la gratitud, a la obediencia y a la generosidad.
Jesús en las lecturas de hoy* nos invita a no ser pretenciosos, ni vanidosos, ni creernos más importantes, a servirle a los demás y a darle la gloria a Dios. “El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. “El hombre orgulloso está arraigado en la maldad”. “Hijo mío en tus asuntos procede con humildad…”.
Jesucristo es manso y humilde, no hizo alarde de su condición divina, siempre sirviendo a la humanidad, curando, sanando, ayudando, aconsejando, trabajando, enseñando, permitiendo la máxima humillación, que lo crucificaran como si fuera un malhechor, y Dios lo exaltó poniendo todo bajo sus pies, derrotando al pecado y a la muerte.
La Virgen María es modelo de humildad, vacía de sí misma y abierta a Dios, llena de gracia, ella dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra” …“mi alma alaba la grandeza del Señor, mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava…” “Hagan lo que Él les diga”.
Necesitamos mucha humildad en nuestra patria, que volvamos el corazón a Dios. El mal endurece el corazón, enceguece e insensibiliza ante el dolor que se causa.
Pedir perdón a Dios y a los que hemos afectado, sana. Las ideologías ateas materialistas hacen mucho mal a las almas y a la sociedad, creen que la religión adormece a las masas, y es todo lo contrario, Dios despierta las conciencias frente el mal y las transforma para que luchemos por un mundo de justicia, paz, solidaridad y amor, a través del bien, por medios pacíficos, democráticos, respetuosos de la dignidad humana. Oremos mucho para que haya verdadera conversión, Dios nos perdone y nos dé la capacidad de perdonar y de cambiar nuestros comportamientos.
Aprovechemos este año santo de la Misericordia para regresar arrepentidos a Dios, sólo Él puede darnos la verdadera paz, la justicia y el amor mutuo.
Ecl 3, 17-18. 20-28.29; Sal 67; Lc 14, 1.7-14; Lc 1, 46-55.
*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.
judithdepaniza@yahoo.com
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