Columna


Incertidumbre

“...tendremos un candidato que congregará a la ciudadanía, derrotará las maquinarias, no ira a la cárcel, cumplirá sus promesas de campaña y terminará su mandato (...)”

CARMELO DUEÑAS CASTELL

16 de enero de 2019 12:00 AM

Es el grado de desconocimiento sobre el futuro. En la práctica, incertidumbre es no saber si lo que esperamos se hará realidad o, peor aún, no saber qué pasará. Toda la ciencia se ha desarrollado para encontrar certezas en ese mar de incertidumbres existenciales. Probablemente no había mayor incertidumbre que el nacimiento del universo hasta que se demostró, hace décadas, el Big Bang. Hoy sabemos con certeza que el universo tiene una edad de entre 13.730 y 13.810 millones de años luz. A pesar de todo el conocimiento adquirido es imposible que sepamos las dimensiones del universo ni hasta cuándo seguirá su expansión.

Ya Aristóteles había dicho que, enfrentados a la posibilidad de un evento, solo hay tres opciones: los que necesariamente ocurren, los llamó eventos ciertos; los que ocurren la mayoría de veces, a los cuales llamó eventos probables; y eventos impredecibles o desconocidos, en los cuales prima el azar. Para dejarlo más claro, dado que el sol sale hace millones de años, podemos considerar como cierto que mañana saldrá. Sin embargo, que mañana despertemos es solo un evento probable y, con el paso de los años, puede que se vuelva un evento impredecible y seguramente llegará el momento en que no despertaremos y, ese, será un evento cierto.

Está claro que la incertidumbre genera angustias y miedos. Es comprensible que un gobernante se angustie antes de tomar una decisión. Al fin y al cabo son responsables, en parte, de nuestro futuro. Es fácil imaginarlos honestamente preocupados, revisando cada decisión con el espejo retrovisor inquisitivo que evalúa el pasado y la bola de cristal oteando el futuro. Ya lo decía Sartre: “la angustia es la expresión de la conciencia de la inevitable libertad de escoger o elegir”. Claro, pasa lo que nos ha pasado en Cartagena: la indecisión, dejar que el tiempo u otro decida por nosotros; eso puede ser, como ha sido, la peor decisión. No debemos temer la incertidumbre, nos toca vivir con ella.

En los últimos años la ciudad ha deambulado por caminos de certezas e incertidumbres: más turistas, más vehículos, más eventos, más inseguridad, más corrupción, más promesas, menos movilidad, menos autoridad, menos alcaldes fijos. Lo que viene para el futuro de Cartagena nos genera eso, gran incertidumbre. Basados en los eventos de los últimos 30 años, podríamos pasar de tanta incertidumbre a la mayor certeza posible de lo que nos ocurrirá: tendremos un candidato que congregará a la ciudadanía, derrotará las maquinarias, no ira a la cárcel, cumplirá sus promesas de campaña y terminará su mandato; tendremos protección costera, alcantarillado pluvial, el traslado de Bazurto y demás megaobras que nos cambiarán para bien y para siempre, serán realidad. Lo decía Flaubert: “el futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente”.

*Profesor Universidad de Cartagena

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