Columna


Incrédulo

CRISTO GARCÍA TAPIA

05 de junio de 2014 12:02 AM

Yo tampoco le creo a Santos. Y menos, en su inamovible mediático y electoral de la paz, su artificio para la reelección, porque en su primera elección fue la guerra, en cuyo lomo cabalgó complacido los ocho años de Uribe y se trepó al poder en andas de los fusiles y los cadáveres que aquella disparaba y esparcía por todos los costados de esta patria virreinal en olor a teocracia.

Y en esas prosigue, sin descanso ni tregua ni ceses de fuego; disparando con las dos manos y con la tercera, la de la reelección, izando un trapo blanco y arrugado que en las suyas es dudoso que simbolice paz.
Y menos, que se materialice en acuerdos con las FARC-EP, que Santos sea capaz de honrar con su desarrollo, cumplimiento y ejecución a cabalidad.

De la reelección, y pueden estar seguros los colombianos, no pasa esa súbita y arrobada encrucijada de alma que hoy embarga a Juan Manuel Santos, candidato, y lo eleva a la condición de cruzado de una causa que nunca ha sido la suya y por la cual ha dado muestras de desprecio y desafecto, materializado en el avivamiento de la guerra que condujo exultante en los dos periodos del embrujo exterminador y en el suyo propio.

Nunca la paz, como mandato constitucional y política de Estado, ha sido presupuesto ideológico o político, que no electoral, de Juan Manuel Santos. Y menos, pactar con las guerrillas diálogos o acuerdos que convengan en dar al conflicto armado en el cual ellas son término constante de la ecuación, un tratamiento distinto del de las armas, la rendición y el sometimiento a sangre y fuego.

En esas ha estado, está y sigue Santos: con dos manos jugándole a la guerra y con una alzando el trapo arrugado de la paz. De una paz en la cual ni él mismo cree porque nunca ha sido parte siquiera de su imaginario, pero que en trance de reelección se convierte en estandarte que flamea en lo más alto de una candidatura que lo usa para cubrir el engaño, el luto y las frustraciones que sobrevendrán un día después del 15.

Y que se tengan avisados de lo maluco que aguarda a los del otro lado de la mesa de La Habana, a los convidados de la guerrilla, si creen que Santos, reelegido, cumplirá lo acordado hasta ahora. O lo por acordar.

Ahí acaba todo. En la reelección. Y pueden acabar todos cuantos creyeron en la treta electoral de la paz para alcanzar otros cuatro años en el poder, cuando lo que se estaba era amansando a los ariscos guerrilleros para aplicarles el método infalible del exterminio con el cual acabaron con la UP. Y con las guerrillas liberales de Salcedo y Aljure.

Si así no fuere, mejor, pero creer en Santos resulta una apuesta perdedora. Y no vaya a creerse que por tal, estamos con la opción bifronte, bicéfala y bifaz, de Zuluaga. Jamás.

*Poeta
elversionista@yahoo.es
@CristoGarciaTap

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