Así como los colombianos en general señalan la inseguridad como el principal factor perturbador de la calidad de vida, en Cartagena podríamos apuntar a la indisciplina social como el mayor mal ciudadano si no fuera porque ésta incluye aquella.
A secas, nuestra ciudad tiene muy bajos niveles de ciudadanía. El tema ha merecido poca preocupación de las autoridades públicas, de la dirigencia privada y de las propias comunidades. Se alza la voz frente a episodios aislados, pero poco se mira al conjunto. El ciudadano que propaga amargas quejas por la estridencia que emana del equipo musical encendido por el expendedor del quiosco vecino, es el mismo que al otro día emplea un megáfono para anunciar sus mercancías, en el espacio público como vendedor informal o en su establecimiento. El mismo que, en nombre de Dios predica el respeto al prójimo, es quien con amplificadores de sonido pretende en lugares abiertos hacerse oír de los demás. Y para no quedar atrás, el vendedor de cornetas y pitos las hace sonar en la calle para que todos padezcan su potencialidad sonora. Y lo mismo puede afirmarse con respecto al parqueo en andenes y calles, los cierres de aceras por los constructores y las construcciones no autorizadas, los avisos en áreas en que no están permitidos y tantos otros aspectos de la vida cotidiana.
¿Y la autoridad? En otras cosas menos molestosas o haciendo lo mismo que el mal ciudadano. El policía que hoy impide a los taxistas detenerse en las vías de la antigua plazoleta de Telecom es quien mañana increpa a los que protestan porque buses de la su entidad tomen como parqueadero ese espacio destinado a la circulación vehicular. Y luego, muy orondos policías, de esta y aquella especie, pasean sus motocicletas por andenes y áreas peatonales. Cualquier funcionario que tenga un carnet de tal cree tener derecho para estacionar en cualquier lugar, con la obsecuencia de la policía.
A los señores concejales, esos mismos que ahora anuncian aspiración a la alcaldía, ¿se las ha oído preocupación por esta situación de creciente desorden social? Parece que el asunto no les importa. A lo mejor la disciplina social les resulta poco placentera, por ser poco productiva para sus intereses.
El fenómeno es viejo, claro que sí. La elección popular de alcaldes en Cartagena ha significado la decadencia de la autoridad. Al fin y al cabo los infractores son electores potenciales y, muchas veces, poderosos contribuyentes. Por eso, la vida cotidiana en Cartagena está tejida de informalidad, desde los escritorios de las oficinas públicas hasta las calles. Y esa informalidad en materia de aplicación de la ley ha elaborado a su turno un régimen de discriminaciones que aleja de la autoridad y del sentido de comunidad al ciudadano agraviado, que es una inmensa mayoría.
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