Con los calendarios posamos de ecuánimes y sensatos. Caemos en una presuntuosa apariencia de seguridad en nosotros mismos, y atribuimos esa aburrida postura a la madurez y al supuesto equilibrio que nos produce venir de regreso de muchas experiencias.Pero para mal o para bien, también nos asaltan dudas, nos inquietan situaciones y caemos con frecuencia en la perplejidad y la confusión. A quienes nos aventajan en actitudes valientes, pretendemos descalificar al llamarles inmaduros. Lejos de hacer una caricatura significa hermoso elogio.
Siempre hemos tenido desconfianza y reparos a la madurez exaltada por el común de las personas. Sabemos que maduro es todo lo que comienza a podrirse, y aquí en el trópico adquiere extremas complicaciones. También fastidia convertirse en una estatua de yeso. La parsimonia y la falta de espontaneidad acompañan al reflexivo período que suele corresponder al crepúsculo de la existencia. Pero no nos gustan apergaminadas conductas. Es mejor ser inmaduros con ilusiones y sueños, y no adustos seres llenos de resabios y mezquindades.
Nos seducen actitudes estrambóticas que “no van” con nuestra edad. Atrevernos a desvariar en pasiones y actitudes es una opción vital. Cambiar el prototipo asignado por la sociedad es una oportunidad de expresar libérrima voluntad. Sin la capacidad de planear no podríamos ordenar las cosas, pero la vida es más que una suma de ecuaciones y compromisos. Si queremos avanzar nos toca acceder a recursos más sutiles, que nos permitan entrar en el terreno desconocido del porvenir, sin perder la sensatez.
Es útil tener una inclinación a desconfiar de lo establecido. Cuando nuestro intelecto cae en la rutina decimos que novedad es no- verdad. Si la costumbre tiene su lugar, su momento y su razón de ser, la rutina apoltrona. No debemos conformarnos con lo fácil, lo cómodo y lo seguro, porque siempre seremos niños asustados que soñamos con un mundo mejor.
Frente a lo nuevo nos abruma el asombro y la sorpresa, aunque no sea la experiencia validada por nuestra cultura. Nos domina el pasado. La comodidad destruye la imaginación. Los sueños y los anhelos son reducidos a linderos muy estrechos. De pronto vale la pena cambiar la trilla y aventurar horizontes heroicos.
Sin extremar debemos ensayar nuevas rutas, repensar conceptos y planes. Hacer flexible el pensamiento. Atrevernos a innovar, a desconfiar de la experiencia, que según Nietzsche “apenas ha sido un abultado catálogo de equivocaciones”.
Así, a veces nos cautiva rechazar la madurez, y asumir erguidos una rebeldía que, de pronto, ya no nos queda bien. Bergson afirmaba que la obligación vital es re-crearnos eternamente. Hay que explorar posibilidades, sin cobardía, con los pies en la tierra y los sueños en lo alto. Nada sirve si no soñamos.
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