Columna


Inmisericordes

ÁLVARO E. QUINTANA SALCEDO

26 de febrero de 2015 12:01 AM

Una madre de 24 años asesina a sus tres hijos en una población de la Costa Caribe colombiana. El caso tuvo eco en aires internacionales. Un joven de 22 años asesina a una estudiante de auxiliar de vuelo propinándole puñaladas y asfixiándola, para rematar tirándola a un caño envuelta en bolsas plásticas. De la forma más cobarde, un grupo de adolescentes ataca a palos a un Tucán hasta destrozarle el pico.

Noticias de sucesos que parecen mostrar que la juventud ha perdido el rumbo. Van por la vida paseándose inmisericordes. Si, Inmisericordes.  No tienen piedad de nada ni de nadie.  Son aquellos que se han autoproclamado jueces de todo.  En las redes son aquellos que tienen el saber absoluto para comentar, criticar y dar veredictos. Su poder es tan destructivo que con solo una etiqueta en Twitter, pueden dañar la reputación de una persona.

En el país en el que hay que pedir perdón por todo, se está levantando una  generación que cada vez tiene menos respeto por la opinión, por la vida, por las libertades y los derechos. Jóvenes desbocados de toda autoridad, que más allá de expresar su gusto o disgusto por algo o alguien, se les hace más fácil demeritar con agresión irreflexiva e  impulsiva que daña y genera miedo, miedo que lleva incluso a la muerte propia o la de los que lo rodean.

En Colombia, aproximadamente el 20% de los ciudadanos son adolescentes. Jóvenes que se sienten generalmente invulnerables, y cuyas conductas exploratorias los ponen en situaciones de riesgo como: consumo de sustancias sicoactivas, precocidad sexual, embarazo adolescente, entre otras. Esta realidad  los expone frecuentemente a otras situaciones adversas como: actos violentos diversos, accidentes, suicidio y homicidios. Todo esto con gran repercusión en sus familias.

Es urgente propiciar desde la escuela y la familia, la generación de procesos  cognoscitivos de orden superior en niños y adolescentes que les permita controlar y canalizar mejor sus emociones. Precisamos tomar conciencia de nosotros mismos, para atender todo aquello que pensamos y sentimos; teniendo conciencia de lo que acarrea el uso de la palabra que sale de la boca,  de lo que se escribe y lo que se hace.

Algo pasa con niños y jóvenes que están más prestos a insultar, agredir, y demeritar que a elogiar, estimular y apoyar.  Sin duda, es posible que sea lo mismo que ha ocurrido con nuestras emociones como adultos y que nos impulsa a matar toros, descuartizar caballos, detestar a quien hinche por otro equipo de futbol o acuda a un templo distinto a orar. Estamos educando a nuestros hijos en ciencias pero, ¿Habrá tiempo aún para re-educar sus emociones? ¿Serán capaces niños y jóvenes de enfrentar sus problemas, sentimientos y acciones?

Docente Universitario
alvaroquintana@gestores.com

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