Mucho se escribe sobre innovación, especialmente desde la academia, la responsable de que no la haya. Lo digo porque el niño, al no saber nada, es fundamentalmente un innovador.
Y la enfocan siempre al ámbito foráneo: la necesidad de innovar productos: ¿pero qué productos vamos a innovar nosotros, si a excepción de los antioqueños que fabrican algunas máquinas herramientas, aquí no hacemos nada? Innovemos más bien el cómo hacer la vida diaria.
La Innovación es parte del espíritu de los individuos y de las empresas que no lo castran en sus empleados. No es más que sentir la “necesidad” interior (o la urgencia del mercado, ya sea para mejorar los resultados o para simplificar el proceso), de hacer las cosas diferentes; así se hayan hecho de una misma manera infinidad de veces, y atreverse.
Y es normal que en muchas ocasiones se fracase exponiéndose a la burla de los demás, o la sanción de los superiores. Por eso dije es “atreverse”. Y por eso no se puede esperar de quienes ya han ganado algún estatus político, académico o social.
La innovación es de los jóvenes; es rebeldía, claro está, ni más faltaba, acompañada de talento e inteligencia; y orientada (sólo orientada) por una persona de mayor edad y experiencia, pero con mente abierta.
El espíritu innovador (aventurero) más genuino, creo yo, es como un fastidio interior que se siente al tener que repetir lo mismo “n” veces. No obstante estamos rodeados de personas que hacen las cosas como se las enseñaron a hacer, y rechazan cualquier forma alterna (dogmáticos): aprenden a interpretar canciones pero no son capaces de crear una; aprende a pintar paisaje, pero son incapaces de idear nuevas formas, o nuevas combinaciones de colores; se aprenden las leyes de memoria, pero son incapaces de entender el espíritu de las mismas; atienden pleitos jurídicos (o sentencian, en el caso de nuestros jueces) con bases a sentencias anteriores.
De esos hay muchos en la academia, donde encasillan a los estudiantes que tienen espíritu innovador a punta de sanciones y malas notas. Y en las empresas y el Estado, donde encasillan a los empleados a punta de normas y absurdos procedimientos, cuando no con el temor latente de perder el empleo.
Algo hay que hacer, porque nuestras universidades están formando técnicos con título de profesionales, y así nunca vamos a cambiar. Personas dóciles, que siguen el procedimiento a veces, sin entenderlo. Cuando el conocimiento de algo, para el innovador, debe ser la plataforma desde la cual lanzarse a volar en busca de nuevos mundos y conocimientos.
No niego que es mejor ir a lo seguro; si ya algo resultó de una manera, repetir el procedimiento en la próxima: a eso se le llama “la experiencia”. Claro los autómatas humanos son muy necesarios, hasta que las maquinas los reemplacen.
myances@costa.net.co
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