La institucionalidad democrática, aunque imperfecta, es la forma más perfecta conocida para una existencia social más o menos feliz y equilibrada en los ámbitos público y privado, porque se sustenta en un sistema de valores, que idealmente no reconoce diferencias y por su sistema de pesos y contrapesos, que también idealmente, la equilibra y justifica. Y según Einstein, porque en ella “cada uno debe ser respetado como persona y nadie debe ser divinizado". Nosotros agregamos, ni engañados ni temidos, ni usados.
En lo público, no puede sostenerse aparte de las personas a las cuales sirve. Ahí juega su papel la participación, para que, como dijo Toynbee, no nos ganemos el mayor castigo para quienes no se interesan por la política: ser gobernados por personas que sí se interesan.
No podemos ser simples espectadores y elegir o dejar que se elija un gobernante no instruido, que según Arstipo, difiere del que no lo es, “como un caballo dócil al freno difiere de un indómito potro, y que eligiendo uno sin sabiduría, no termine la cosa, al decir de Moravia, que el ciudadano se haga el inocente y deje de sentirse responsable por fracasos de los gobierno que ha votado”.
Preocupa además el valor democrático que debemos defender en todos los ámbitos de participación y más aún en aquellos donde la nobleza de los fines impone decencia para sobreponerse a los tantas veces innobles y particulares intereses. Ay de aquellos que siembran tempestades, que conjuran, que usan su pequeña o gran cuota de poder para ganar favores indebidos, los que tienen muchas formas, nombres y proporciones. Al regreso los recogen.
Insensatos quienes deponen la inteligencia y el bien que prometen hacer y arrasan vida, honra y paz y actúan de vidas e instituciones, cual Caronte, conduciéndolas al inframundo de la desdicha. Pobres las almas que abusan y se olvidan con rapidez lo que con la boca predican. Pobres de aquellos que gastan su aliento en propósitos imperfectos, y que destrozan fe y confianza de tantos al actuar para su propio y único bien, cual Catilina, Bruto, Fawkes o el Iscariote.
El gobierno de las instituciones, de todas, demanda esfuerzos de construir liderazgos y actuaciones no espurias, para el desarrollo efectivo de la institucionalidad, como ciudadanos responsables y comprometidos con el desarrollo humano, con construir capital social, capaz de reaccionar bien a los cambios y promover aquellos que son propicios a ese desarrollo, pero siempre con limpieza de ánimo.
Coletilla: a propósito del Código de policía y convivencia ciudadana: "El gobierno de sí mismo es el más difícil": Séneca.
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