Columna


Intolerancia

DANILO CONTRERAS GUZMÁN

25 de julio de 2015 12:00 AM

He seguido el episodio protagonizado por la mujer cuyo vehículo fue golpeado por un “taxista negro y maluco”, según la seguidilla espetada por la locuaz conductora, para reflexionar más allá de lo obvio, esto es, la intención de denigrar con fundamento en la raza y el talante agreste de ciertos taxistas de la ciudad. La controversia revela, patéticamente, lo que la mayoría de los cartageneros padecemos en la cotidianidad.

Me llama mucho más la atención la extendida reacción en medios de comunicación y redes sociales, con ribetes de crueldad respecto de los protagonistas del pugilato. La gente tomó partido para criticar o defender y va quedando claro que los medios y el internet magnifican la sanción social a comportamientos repudiables y en ocasiones la coacción supera a otro tipo de penas.

La sanción social es un dispositivo regulatorio característico de la vida en comunidad que es menester para mantener cierto orden y seguridad que reclaman los ciudadanos, al punto que la amenaza del rechazo que nuestros conciudadanos pueden manifestar nos inhibe de determinados comportamientos. Podemos reventarnos por las ganas de hacer alguna necesidad del cuerpo, antes de someternos a la vergüenza de hacer “pis” en cualquier parte, verbigracia, salvo algunos audaces sin los límites del sonrojo. 

El problema surge cuando esta fórmula de control social es desproporcionada y puede convertirse en fuente de nuevas actitudes indeseables. Sorprenden los términos con que muchos ciudadanos se expresan respecto de la mujer y del taxista, a quienes, palabras más, palabras menos, no bajan de criminales. En un contexto como el de la ciudad, donde la gente fácilmente toma justicia por mano propia ante la inoperancia de las instituciones, el asunto deja de ser un sainete para convertirse en una grave expresión de segregación e irrespeto que merece atención.

La virulencia de los comentarios procede no solo de quienes exponen sus conceptos con ortografía lamentable, sino de ciudadanos con gran preparación académica cuyos juicios no ahorran improperios matizados con especulaciones jurídico-filosóficas.

Leí alguna glosa en Facebook sobre un docente universitario que denigra con minuciosa variedad de insultos, no solo de la dama enardecida, sino de todo aquel que osé defenderla o justificarla. Injurias similares tienen lugar con el cristiano dedicado a conducir el taxi.

Conversando con una joven amiga, concluía que la intolerancia que manejan los cartageneros, asusta, a lo que ella respondió con una frase de Gandhi: “La intolerancia es en sí misma una forma de violencia y un obstáculo para el crecimiento de un verdadero espíritu democrático”.

danilocontreras9@hotmail.com 

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