Es frecuente en las artes que el encuentro con el tiempo en que son recibidas por la crítica, los legos y cuántos dialogan con ellas, no siempre se corresponde con el de la comunidad donde el artista lanza botellas de náufrago al mar de su época.
Asuntos como los que se esbozan aquí de manera fugaz, a lo mejor sirvan para destacar la importancia de libros, con cuidada y exquisita edición, como Nereo Saber ver de la casa Maremágnum.
Al balance de la obra de Nereo, habría que sumarle dos aspectos propios de su arte: la fotografía. Por un lado: ocurre con frecuencia que la fotografía no concluye su proceso. El momento de las copias, su impresión y a veces ponerlas en una revista, un libro, un marco. Todo juega. En la vida, el fotógrafo se encuentra asediado por imágenes de la realidad. Cazador sin sosiego no apaga la mira. Acumula una enorme cantidad de material desconocido.
Por el otro: las fotografías al servicio del periódico, el cine, el álbum, generan una especie de unificación del gusto del público. El retratista de artistas. El fotógrafo de animales salvajes. El de personas importantes. El de multitudes. El de tragedias. Como el querido señor Magnini de la infancia, las madres lo buscaban para la foto de la primera comunión porque él sabía capturar la divinidad en el rostro travieso o aburrido del niño con el cirio encendido. Resulta entonces que cuando empieza a conocerse el tesoro, la obra nueva enfrenta el lastre de lo conocido y aceptado.
El Nereo del libro mencionado, salió del taller al borde de su muerte, abre la bóveda del tesoro. Las fotografías, sus sombras y su luz, rostros, miembros humanos, cuerpos, descubren un sentimiento que si el ser humano lo reconociera, sería cuidados y gentil con el otro y con si mismo. Tal vez sea un secreto del arte: mostrarnos que no somos solo acumulación de porquería.
Ver entonces. Las dos mujeres, piel morena y piel negra, captadas en el instante de una risa que hoy ya es eterna. Nos contagia del poder que les sale por la boca, los dientes, los cabellos, el gesto sin énfasis. Todavía podemos reírnos, aunque sea con ellas. Risa de risa.
La deriva por el río Magdalena con el patrón de la lancha y alguien que parece ser Alejandro Obregón.
El Papa distraído que no le importa el beso de su Cardenal.
La joven que espera en la banca, en Nueva York. El ciego que arregla acordeones. El abrazo del amor sin rostros.
Gracias cartagenero andariego y mirón.
*Escritor.
reburgosc@gmail.com
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