Columna


Justicia y oración

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

27 de octubre de 2013 12:02 AM

Necesitamos del Espíritu de Dios para vivir en la Justicia y el Amor, porque nuestra naturaleza herida por el pecado nos lleva al egoísmo y al desorden en los distintos aspectos de la vida. Nos acercamos al Espíritu Santo a través de la oración, para que su luz ilumine nuestra conciencia, nos guíe y nos acompañe.

Nos recuerda hoy el evangelio cómo debe ser la oración: con humildad, reconocimiento de nuestros pecados y confianza en el poder de Dios. Un corazón que diga: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”*. Jesús nos alerta a no creernos más justos que los demás. Él nos dejó el sacramento de la reconciliación para que al confesarnos con  espíritu arrepentido, recibamos su perdón, seamos obedientes a su voluntad, acercándonos al bien, la justicia, la vida y el amor verdadero, que sólo se encuentran en la comunión con Dios.

Procuramos conocernos y ayudarnos a nosotros mismos a través de muchos sistemas y métodos, por ejemplo terapias, psicoanálisis, meditación, consejerías, coaching, talleres, cuestionarios que, aunque pueden ser experiencias positivas en sí mismas, pueden volvernos más centrados en nosotros mismos y soberbios, si no los acompañamos de crecimiento espiritual y de humildad frente a Dios. Incluso, la fe mal entendida, nos puede hacer creer que lo que experimentamos con Dios se debe a  méritos propios y creernos superiores a los demás, como sucedía con el fariseo de la lectura de hoy. 

Todo bien y justicia, proceden de Dios,  todo es gracia, por eso, si deseamos nuestro bien y el de los demás,  estemos abiertos con la oración a la fe, a la  esperanza y al amor.
Mediante la oración nos comunicamos con Dios y vivimos junto a Él, en su presencia, tomándolo en cuenta en cualquier decisión, en cada circunstancia de nuestra vida. Oramos también escuchándolo   en las Sagradas Escrituras y experimentándolo en los Sacramentos, para aprender a pensar, sentir y actuar como Jesús,  comprendiendo que el sentido de la vida,  es la conquista del cielo, contribuyendo a la construcción de un mundo de justicia y amor.
Dios se nos revela  como el Juez Justo*. Él no se deja impresionar por las apariencias, conoce la realidad de cada uno, el verdadero estado del corazón y atiende los clamores de  quien es tratado por los demás con injusticia, defendiendo su causa. “Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído y su plegaria llega hasta el cielo”. San Pablo acepta entregar su vida,  perseverando en la fe, proclamando su confianza en el Dios justo quien lo llevará al Reino Celestial.

Oremos  para que vivamos conforme a Dios y así, pueda reinar la justicia, la paz y el amor.
*Ecl 35, 15-17.20-22; Tim 4, 6,8,16-18; Lc 18, 9-14

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

judithdepaniza@yahoo.com

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