Columna


La catedra universitaria

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

24 de enero de 2016 12:00 AM

Se cumple ahora medio siglo de haberme iniciado en una disciplina que copó, durante 27 años continuos, parte de mi actividad profesional: la cátedra universitaria. Arranqué como asistente de Manuel Ramón Navarro Patrón en la asignatura de Pruebas Judiciales, que se veía en el último año de la carrera, en el quinto. Un reto para quien apenas tenía dos años de egresado. Pero Navarro no dejaba de inyectarme optimismo contra los temores.

Navarro me dio autonomía de vuelo para dictar mi primera clase, en su presencia y sin su intervención, ante los 24 alumnos del curso, sólo cuando llegó el turno de explicar el testimonio, y me regaló, más o menos dos semanas antes de mi bautizo de fuego, el libro ya clásico de Francois Gorphe titulado “La crítica del testimonio”. En quince días era bastante lo que se podía leer para sortear un buen estreno, organizando los puntos de la exposición.

Desde entonces, el testimonio representó para mí la prueba que más mollera exigía en su valoración, porque pone al juez en contacto con los hechos, no de manera directa, sino a través de uno o varios terceros que los presenciaron (el visual) u oyeron de otros (el auditivo), reservando a los fueros de su convicción la dosis de sicología indispensable para explorar la personalidad de sujetos que pueden ser veraces o mentirosos, responsables o malvados.

Infortunadamente, la dinámica judicial de medio siglo de avatares y deformaciones, acabó con las lealtades procesales que jueces y litigantes respetaron por siglos, y que nuestros profesores nos inculcaban como prioridad. Consecuencia de tales traumas ha sido que la persuasión racional de una prueba clave desapareciera, como desaparecieron las reglas de valoración y crítica que le confirieron jerarquía probatoria porque sucumbieron al comercio judicial.

La defenestración del testimonio como medio probatorio es otro de los dramas de la Justicia y merece reflexión al momento de nominar jueces y magistrados, a ver si le suministran, a su apreciación judicial, un vuelco restaurador que lo reponga del descenso patético que se inició con la parapolítica y se extendió a casos emblemáticos como el que se urdió –todavía sin sanción para los falsarios– contra el almirante Arango Bacci.

Como en la Justicia también se esfumó la calidad, necesitamos normas eficaces, es verdad, pero también la reimplantación de una ética de la responsabilidad que contribuya al rescate de la moralidad pública. Tendremos que empezar por reconocer nuestros problemas para superarlos, en vez de negarlos, si no queremos enrarecer más la atmósfera de cinismo que nos asfixia.

De lo contrario, careceremos de bonne conscience para estructurar un Estado donde la virtud sea políticamente útil.
*Columnista

CARLOS VILLALBA BUSTILLO*
carvibus@yahoo.es

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