Columna


La ciudad de los golpes

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

13 de septiembre de 2017 12:00 AM

De todas las ciudades que el papa Francisco visitó en Colombia, sólo Cartagena le asestó un golpe. Algunos observaron lo ocurrido y lo juzgaron como una anécdota imprevista, un accidente común y corriente producto de la torpeza del conductor del papamóvil cuyo freno súbito les recordó a muchos cómo es que frenan las busetas en Cartagena. Otros, muy pocos, entre los que me incluyo, creímos entender que en el ojo morado del Sumo Pontífice se había cifrado una especie de símbolo: la bandera litúrgica de una ciudad acostumbrada a ser molida a porrazos.

Pido disculpas si la imagen les resulta algo apocalíptica, bastante dispar con el ambiente del domingo pasado en el que una gran cantidad de cartageneros se encomendaron al mensaje cristiano de paz y reconciliación. Pero es que ya no puedo evitar pensar que somos una ciudad a la que están haciendo pedazos, una urbe comida a las trompadas.

Basta con echar una mirada a las estadísticas, ese lamentable dato que el 45% de nuestros colegios públicos se encuentra en pésimas condiciones de infraestructura, amagando con caerse en cualquier momento. O aquella en la que el 43% de los jóvenes entre los 15 y 16 años está por fuera del sistema educativo. Constantemente nuestros dirigentes se empeñan en decirnos que la ciudad crece económicamente todos los años, pero lo que no nos cuentan es que el 52% de las ganancias del sector empresarial va a parar al 0,6 % de las empresas inscritas en el Registro Mercantil, el mismo 0,6 % que es dueño del 84% de los activos empresariales (plantas, propiedades, equipos). A todo eso hay que sumarle los escándalos de corrupción y tráfico de influencias que subsisten en la Alcaldía y el Concejo Distrital.

Díganme si estos no son madrazos físicos, ganchos encajados con violencia en el mentón. No tiene nada de raro que nuestro apodo, el Corralito de Piedra, pronto deje de ser una alusión a las murallas para convertirse en la metáfora de un ring de pelea. Una pelea que sostenemos contra las élites corruptas que nos gobiernan.
Esta no es, en últimas, una columna desesperanzadora. Después de su accidente, el papa Francisco supo reírse de sí mismo y continuó con su agenda sin mayores limitaciones. Aquello también pudo haber sido un símbolo. Por eso mantengo la ilusión de que en la ciudad de los golpes los cartageneros emerjamos curtidos, con una piel más dura y una recta ineludible.

Confío en que pelearemos con el ímpetu del boxeador que va perdiendo por puntos pero que quiere ganar por nocaut.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena

@orlandojoseoa

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