Columna


La ciudad microperforada

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

22 de enero de 2014 12:02 AM

Estoy cansado de la contaminación visual. Cansado de cerrar los ojos siempre que llega la temporada de campañas electorales sólo para no asfixiarme con tanto anuncio y tantas caras repetidas a lo largo de las avenidas. Estoy cansado de que la ciudad parezca una cartilla barata y coleccionable de políticos corruptos. No van a irrespetarnos más.

Desde que existe el abuso de la publicidad electoral siento que vivimos en un álbum fotográfico inmenso, en un gigantesco álbum familiar donde no hay poste de luz o paredilla de solar que no esté lleno de los rostros del abuelo, de los hijos, de los primos o de los hermanos de las clases políticas de siempre. Basta con reconocerlos por el apellido y no tanto por el partido al que representan, ya que en Colombia hace mucho que la integridad ideológica de los partidos políticos dejó de importarles a los candidatos. Ahora todos saben que los avales se los dan al mejor postor y que en esa guerra por el poder público hay más vallas y afiches que propuestas para erradicar la miseria de las comunidades marginadas.

Realmente no entiendo qué tan útil puede ser para la ciudadanía la propaganda de las campañas políticas. En ellas hay más listas de posibles votantes por sectores, más logística, más suéteres y microperforados promocionales que proyectos sensatos; en ellas hay más un afán desmesurado por promover una imagen y un eslogan embustero que por difundir una argumentación seria que vaya en contra de la pobreza y combata toda esta corrupción gubernamental. Por eso descreo de los nombres que pintan en las paredes cada vez que se acercan las elecciones: porque por sí solos no me dicen nada, únicamente me alertan de lo jodida que está la ciudad para dejarse forrar de afiches en todos sus espacios arquitectónicos y culturales.

Ya es hora de frenar tanta contaminación visual, tanta publicidad electoral vacía y desprovista de méritos. Así tal vez nos demos cuenta de que somos los ciudadanos los que tenemos la verdadera palabra sobre las dinámicas sociales de nuestro país. Así quizás los que están en el poder comiencen a elaborar auténticas políticas de desarrollo en sus campañas.

Recuerdo una escena de una película de Polanski, El Escritor Fantasma, donde el protagonista muere atropellado fuera de cuadro y sólo queda un reguero de hojas de papel volando anárquicamente en la pantalla. A veces, andando por los andenes de mi barrio, suelo pensar que con el paso de los años Cartagena se ha convertido en el final de aquella película y ahora no es más que una ciudad atropellada que deja tras de sí el lastimoso recuerdo de sus calles empapeladas.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena


@orlandojoseoaorolaco@hotmail.com

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