Columna


La ciudad turística

ÓSCAR COLLAZOS

05 de enero de 2013 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

05 de enero de 2013 12:00 AM

Por supuesto que es preferible la sonrisa a la amargura y la amabilidad a la hostilidad, pero los creativos que diseñaron la nueva campaña de la Corporación de Turismo cobraron por diseñar una ingenuidad: pedirle a los cartageneros que les sonrían a los turistas.
Si se leen bien los términos de la campaña, uno siente que los locales están casi obligados a aceptar al turista como una presencia necesaria en sus vidas, algo parecido a lo que les sucede a los parientes pobres con las visitas de los parientes ricos: hay que complacerlos en todo momento e incluso más allá de las posibilidades.
Hace un tiempo se conoció en medios de comunicación, sitios de Internet y redes sociales lo que podría haber sido una campaña de grandes alcances, resumida en la frase: Primero los ciudadanos, después los turistas. El germen de esta campaña no llamaba a la hostilidad sino a poner en su lugar unas prioridades que nunca se han tenido en Cartagena.
En algunos de sus renglones económicos, Cartagena extiende los brazos a los visitantes y parece cerrarlos hasta el estrangulamiento cuando se trata de la población nativa, víctima directa e indirecta de la incapacidad de equilibrar el derecho a la prosperidad empresarial con el derecho a un desarrollo humano sostenible, libre de exclusiones y escandalosas injusticias.
“Primero el ciudadano, después el turista” es algo más digno que la torpe diferenciación de una campaña que pone de un lado al turista y del otro al nativo. La campaña tiene un lejano tufillo colonial, un llamado a la servidumbre de una sonrisa programada, dirigida a todo aquel que sea identificado como turista.
Cada año la ciudad prueba que empresarios y comerciantes del sector turístico e inmobiliario han sido muy dinámicos en la modernización y proyección nacional e internacional de sus productos, pero la ciudad no ha avanzado al mismo ritmo. En estos sectores se siguen dando lamentables abusos y casos de depredación ambiental y urbanística, cohonestados por la administración local.
Aunque el sector hotelero haya aumentado su oferta de camas y siga existiendo la parahotelería, la verdad es que la ciudad no se ha preparado para evitar traumatismos a nativos y turistas. La calidad de vida no sólo es cada vez más cara sino desproporcionada. Sería hora de imponer en el sector una consigna: Venda, gane pero no abuse.
La administración no ha podido controlar la informalidad ni poner en cintura el caos que produce. Tampoco ha podido frenar la corrupción que hace posible dar permisos a espectáculos de temporada que violan el derecho a la tranquilidad o ponen en peligro la seguridad de los usuarios o la integridad del patrimonio cultural.
Las grandes ciudades turísticas del mundo no les piden a sus ciudadanos que sonrían. Ni siquiera les sugieren que sean amables. El turismo es una actividad aceptada con naturalidad. Yo invertiría el código de las campañas de promoción pidiéndole al turista que sea respetuoso con la ciudad que lo acoge, recordándole que la relación de reciprocidad es más importante que la de desigualdad y subordinación y que aquello que no hace en su propia casa no debería tampoco hacerlo en casa de quien lo recibe.

*Escritor

collazos_oscar@yahoo.es

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