Columna


La Costa no es Cataluña

CRISTO GARCÍA TAPIA

05 de octubre de 2017 12:00 AM

La Costa Atlántica colombiana, Región Caribe, sita en el norte de la República de Colombia, está conformada por siete departamentos, incluido entre ellos San Andrés y Providencia, territorio insular en el mar Caribe.

Su aporte al PIB nacional equivale al 15% del total país, en tanto su población al 22%, y su territorio al 11.6%, para conformar en su conjunto una región caracterizada por desiguales niveles de desarrollo social en sus componentes básicos, al igual que en su aparato productivo y económico.

Lo cual no quiere decir que, por esos desequilibrios en aspectos determinantes de las dinámicas económicas y su incidencia en lo social y humano que traen aparejados desarrollo y progreso, no haya potencialidades y expectativas en áreas claramente identificadas de aquellos, capaces de generar avances y logros positivos.

Esperando, más que por una autonomía regional, un partido del Caribe, un aparato burocrático paralelo para el manejo de la administración pública, la mermelada y la corrupción galopante que destaca en la Costa, clamando de sus líderes, dirigentes, gobernantes, clase política, por una gestión transparente, efectiva, oportuna y eficiente, de los recursos que demanda este territorio para reivindicar los desequilibrios de variada naturaleza que mantienen maniatado y en letargo su crecimiento, desarrollo y destino histórico.

Ahora, como si tal no fuera el mismo hechizo con distinto nombre para el redivivo oportunismo del cual se han servido los taumaturgos de constituyentes, voto Caribe, autonomía, región, viene a presentarse a los costeños el último invento de los alquimistas de la falaz autonomía regional, siempre en trance de elección: la RAP.

Y  si de la RET, otro voquible en boga del discurso autonómico, no venga a creerse que es algo novedoso. Son herramientas, “instrumentos para la dinamización del desarrollo regional con una perspectiva territorial”, así las llaman los paladines autonomistas de nuevo cuño, que existen de vieja data en Planeación Nacional y en ministerios y agencias estatales, para la gestión de recursos y apoyos para las regiones.

Lo demás es populismo, autonomismo sin peso; oportunismo electorero, cuyos opíparos frutos estarán madurando justo para la siega de la elección de presidente, en la cual a la Costa le cabe el espurio honor de definir electoralmente quién es el presidente, más no cuáles son las políticas de Estado más convenientes para demandar solución a sus precariedades y a la deuda social insoluta de la nación con la región.

En tanto, ni la Costa es Cataluña. Ni Verano, gobernador del Atlántico, es Puigdemont, presidente de la Generalidad de Cataluña.

@CristoGarciaTap

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