Según el neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás, educar en nuestro país es llenar de contenidos a los estudiantes sin contextualizar los saberes.
Se trata de un vacío que debe generar entre los trabajadores de la cultura una alternativa creativa. La cultura contextualiza. Detrás de la labor de bailarines, artistas, investigadores y gestores culturales hay un ejercicio permanente de poner en contexto a quienes asisten a estas prácticas. Frente a la posible aridez de la vida de las aulas se puede fortalecer la oferta cultural que permite hacer lecturas de la realidad que van más allá de saberes específicos y dejan leer el lugar y el tiempo en que se vive.
Lucas, ese personaje que da cuenta de los decires de los pelaos de los barrios de Cartagena, puede ser más eficaz para explicar la cultura ciudadana que una cátedra sobre las ideas de Antanas Mockus sobre la ley moral y la cultura. Juntar ambos ejercicios seria el ideal pedagógico.
El contexto no se lee sólo en el aula sino en los signos que pululan en la cultura y que están insertos en fenómenos sociales, lugares y prácticas. Leídos y analizados amplían la capacidad de interpretación del mundo en que vivimos. Antes de cualquier tentativa de reubicación del mercado Bazurto, por ejemplo, podría ser más importante para un ingeniero comprender ese laberinto social y arquitectónico desde la etnografía y observar todas las implicaciones sociales de un proyecto de ingeniería.
El ambiente cultural de Cartagena podría quedar reducido a música, turistas y playa para un visitante casual. Pero dentro de sus rutinas pueden aparecer otros detalles, ricos en significados, en los que una ciudad que es vendida como patrimonio de la humanidad y que es el centro de importantes propuestas culturales se convierte en un excelente laboratorio para responder preguntas de investigación social.
¿Cuáles son los símbolos que hay detrás de esa “religión” de los altos decibeles, del encuentro de los cuerpos que se da en la champeta y los picos? ¿Por qué se exacerban todas las problemáticas en Cartagena, y no se logra un verdadero contrato por el cuidado de la ciudad a largo plazo? ¿Cómo generar un proyecto de inclusión cultural para mejorar los niveles de participación de los jóvenes?
Somos muchos los que en Cartagena y en Colombia convenimos en estas cosas básicas. Lo que falta es que se desinflen los egos y aumenten las ganas colectivas de juntarse en este reto de transformar nuestra sociedad con la cultura. La cultura entendida como esa dimensión en que los saberes dialogan y se ponen en contexto.
Comentarios ()