Columna


La cultura de la destrucción

EDUARDO DURÁN GÓMEZ

10 de noviembre de 2014 12:02 AM

Nuestro sistema ambiental se destruye aceleradamente ante la indiferencia casi total de los ciudadanos, los jóvenes y los niños, a quienes no se les ha formado en los valores fundamentales para preservar los medios de vida.

Las cifras que revela el científico Antonio Nobre, que recogió de 200 estudios sobre la Amazonía, muestran que en los últimos 40 años, la principal reserva forestal del mundo se ha disminuido en un área que abarca dos veces el actual territorio de Alemania, en donde se puede deducir que se han derribado 2.000 árboles por minuto, en una acción depredadora que no han sido capaces de controlar ni los gobiernos de los países respectivos, ni las comunidades que habitan estas regiones.

El impacto en la vida del planeta es de unas consecuencias asombrosas, que va desde el calentamiento climático, el deterioro de la calidad del aire, hasta la variación de la riqueza hídrica del mundo, pasando por la extinción de una buena parte de la vida animal.

Pero esta situación es el reflejo de lo que sucede en todos los municipios de Colombia, en donde se talan los bosques, se contaminan las fuentes de agua y se eliminan las condiciones de vida saludables. Ni los gobiernos toman conciencia de su papel protector y represor frente a los depredadores, ni los ciudadanos saben cual es su responsabilidad frente al ecosistema.

Hoy muchos municipios se están quedando sin agua y buena parte de los acueductos están situados en fuentes que ya no pueden alimentar el sistema de distribución, pues están reducidas a su mínima expresión, algunas de ellas ya prácticamente extinguidas.

En nuestro país tenemos un ministerio dedicado al medio ambiente y también unas corporaciones autónomas regionales que apalancan ese papel, pero uno y otras no han podido establecer las condiciones que se requieren para asegurar el cumplimiento de las obligaciones y para alcanzar objetivos ambiciosos en esta materia.

Es claro que ha reinado la politiquería, la contratación indebida, la falta de objetivos claros y la carencia de voluntad política para imponer los criterios.

Mientras tanto un país como Colombia, uno de los más favorecidos en el mundo por su riqueza ambiental, ve desaparecer sus recursos valiosos y los colombianos comenzamos a padecer las fuertes repercusiones de ese maltrato, de esas equivocaciones y de esa falta de cultura que nos impide actuar acertadamente.

Las cifras son clarísimas y las acciones, muy, pero muy escasas.

edgo01@hotmail.com

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