No es sorpresa que en los últimos días, un par de escándalos de corrupción sacudieran a algunas instituciones públicas y privadas de Cartagena. No asombra que una de esas instituciones sea el Concejo.
El 25 de octubre de 2015, muchos pensaron que el recién elegido Concejo de Cartagena era una entidad renovada y distinta. ¿Pero qué renovada puede ser una entidad pública, en la que vemos los mismos apellidos, los delfines de los condenados parapolíticos y con la misma tradición política mañosa?
Para nadie es un secreto que gran parte de la contratación que se hace con recursos oficiales, no se hace por medio de licitaciones públicas abiertas y transparentes.
Muchos de los políticos de nuestras instituciones locales reparten la torta a través de las llamadas OPS y proyectos de pequeña cuantía. Concejales, diputados y miembros de gabinetes; crean fundaciones y organizaciones que generalmente se benefician de las relaciones y el clientelismo.
Que duda nos queda del riesgo alto de corrupción en una entidad en la que 16 de los 19 concejales y aparte 10 ex concejales; han sido implicados en el caso de la elección de la contralora. Y es que este es uno de los graves problemas no solo de nuestra ciudad. El atraso de nuestras naciones en Latinoamérica no es simplemente por la falta de recursos pues los hay, sino el mal manejo y despilfarro de los mismos. Nuestras instituciones son débiles a consecuencia de la debilidad de quienes están al frente de ellas. El clientelismo y con él, la corrupción; corroe las entrañas de nuestras entidades, empresas, sindicatos, agremiaciones, e incluso iglesias.
Los representantes que tenemos son el reflejo de quienes los elegimos. Sin embargo, todos los seres humanos somos corruptibles, pero no corruptos. Esto quiere decir, que aunque tengamos tendencias a dar el mal paso no necesariamente tenemos que darlo. La frase que una vez pronunció uno de los Nule: “La corrupción es inherente a los seres humanos” no tiene que ser una profecía fatalista. Hay solución. Y la solución radica en retomar los más mínimos principios éticos.
Colombia, ubicado en el puesto 87 de 168 países según el índice de corrupción, parece no tener mejoras ¿Cuánto seremos capaces de aguantar? ¿Podremos acabar con la corrupción en tanto hacemos parte de ella? Nos hemos formado en la “cultura del atajo”. Pequeños actos como: No cruzar por la cebra, llevarnos la caja de guantes porque el hospital no me ha pagado, colarme en la fila porque necesito llegar temprano, esas pequeñas cosas van anestesiando nuestra mente ante lo que no es correcto.
Cuando comprendamos que la corrupción daña a nuestra sociedad, la cual deja de recibir los beneficios que esta le roba, entonces llegarán los recursos donde deben llegar y a los que todos tenemos derecho.
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