Columna


La estafa moral

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

06 de abril de 2014 12:02 AM

Hace unos días una parejita se me acercó para conversar después de misa. Venían preocupados. Su realidad laboral y familiar se les complicó. Buscando a Dios se encontraron con personas inescrupulosas que, aprovechándose de su candidez, empezaron por decirles que estaban poseídos, que enfermarían, que los negocios había que asegurarlos, que tenían que comprar unos cirios, ungirse con ungüentos preparados por ellos, tener agua bendita para purificar todo, mandar a decir unas misas a un sacerdote en el sur del país y que ellos podían arreglarles todos sus problemas pero que eso tenía un costo. Se les llevaron la plata, los negocios no han mejorado, enfermaron y sienten que Dios no los ayudó. Me preguntaron: ¿por qué Dios no evitó, milagrosamente, este sufrimiento que ahora tenemos? Yo les dije que si Dios tiene que recurrir siempre a milagros sería un Dios que no respetaría nuestra dignidad humana.

Situaciones como estas son más comunes de lo que nos imaginamos. Detrás hay una ignorancia religiosa y un vacío de la experiencia de comunidad. Muy seguramente no están en una pequeña comunidad eclesial, no conocen los caminos con la Palabra en los itinerarios en cada parroquia, cayendo fácilmente en las trampas que los avivatos activaron para los “credulones”. Es  grave buscar “milagros” dando poder a cosas y personas, cuando sólo en el encuentro con Jesucristo vivo en su Palabra que ilumina, en la Eucaristía que es el pan de la concordia y en los pobres que son presencia de Dios, nuestra vida cristiana logra ser plena y abundante.

El apóstol Pedro nos dice: “Como niños recién nacidos, ansíen la leche auténtica, no adulterada, para crecer con ella hacia la salvación” (1Pd 2,2). Nuestro crecimiento cristiano se puede frenar por malnutrición cuando nos dejamos influenciar por liderazgos autoritarios y codiciosos. Echarle agua a la leche es presentarnos a un Jesús diferente, un Espíritu diferente y un Evangelio diferente. Justo allí es cuando nuestra experiencia de salvación se pervierte poco a poco en experiencia de infantilismo, dependencia e indignidad.

Retomo al Papa Francisco, que en la Evangeli Gaudium nos recuerda: “Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”.
En el catecismo aprendimos que la fe es el principio de la salvación humana, el fundamento y raíz de toda justificación, pero pretender que una fe que ni siquiera sabe lo que cree pueda salvarme ya ronda la magia. Tengamos presente que la Fe cultivada en las pequeñas comunidades nos libera, pero las creencias que buscamos por fuera nos atan.

*Director del PDP del Canal del Dique y Zona costera

ramaca41@hotmail.com

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