Durante pleno mundial de fútbol el orbe vio asombrado como el delantero uruguayo Luis Suárez clavaba los dientes en el hombro del defensa italiano Giorgio Chiellini. A muchos nos molestó, sobre todo, la reacción de Suárez, que se cogía los dientes como si el hombro del italiano se los hubiera mordido a él, y que negó el acto rotundamente, a pesar de la evidencia que repetían una y otra vez las cámaras. Después vino una sanción gigantesca, que a muchos les pareció una payasada, ya que provenía de una organización corrupta, que quería dar ejemplo por una de sus partes más delgadas.
Esta semana se comprobó al menos una parte de ese último argumento. Siete altos dirigentes de la FIFA fueron arrestados en Suiza para extradición a los Estados Unidos, en un escándalo de corrupción sin precedentes. Digo sin precedentes, pero me refiero a que se haya destapado, porque lo que hacían creo que ya se sabía.
Hay ejemplos de pedidos circenses como el de Nicolás Leoz, presidente de la Conmebol, que pidió a Inglaterra que le otorgaran el título de Lord, para votar por ese país como sede del Mundial del 2018, en lugar de Rusia. Pero a ese hay que sumarle las de los millones de dólares que circularon por el mundo en maletas y los sobres pasados por debajo de las mesas, en una trama impresionante de corrupción a los más altos niveles.
Pero esto no es solo una cuestión de la FIFA, la FIFA es solo un modelo a escala de lo que pasa en el mundo. Ya parece que no hay contrato que se otorgue ni ley que se vote, sin una ‘mordida’ al bolsillo del interesado de turno. En todo, hasta en los que parecen los más nobles pedidos y reclamos para el bienestar de una comunidad, se sigue reclamando o no se sigue, de acuerdo a si el interesado en que se detengan los reclamos paga o no paga el soborno de turno. Son también muy pocas las elecciones que se ganan sin comprar votos y, cuando no, se le quedan debiendo favores a los que aportaron a las campañas, en un sistema que sin plata, no consigue triunfos.
Lo peor es que es que esto es ya ‘lo normal’, y pocos se sonrojan al exigir su tanto por ciento, y muchos menos al entregarlo, u ofrecerlo. Ya no hablemos de los que alguna vez en la vida le rinden cuentas a la justicia por hacerlo.
Vivimos en el mundo de las mordidas. Los Luis Suárez del planeta se reducen a infantes jugueteando, comparados con los caníbales que nos dirigen.
Valdría la pena que no solo se mida la calidad de los colegios por los resultados de los estudiantes en las pruebas de Estado, sino por cuán honrados son sus graduados. Y las universidades no por cuantos altos ejecutivos gradúan, sino por cuántos profesionales íntegros portan un diploma en su nombre.
Valdría la pena que la educación no se dedicara tan solo a enseñar que dos más dos es cuatro, sino a detener la fábrica de hampones.
pedrocaviedes@gmail.com
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