Columna


La fábrica de agua

JESÚS OLIVERO

01 de agosto de 2014 12:02 AM

Cuando recorrí por primera vez la Sierra Nevada de Santa Marta, además de ver plantas que parecían de otro planeta y especies de aves tan coloridas como el arcoíris, la mayor impresión que recibí fue el incontable número de quebradas y ríos caudalosos con los que me encontraba en el camino. Recuerdo, como ayer, cuando llegué a la gran cascada, un sitio mágico, frío y cálido a la vez, en donde se “fabricaba” gran parte del agua que utilizaba Santa Marta.

De ese sitio sagrado sólo quedan grabados en casete los estrepitosos sonidos generados por el agua ultracristalina que descendía por el peñasco, y algunos recuerdos que lograron aferrarse a mi memoria. He aplazado mi regreso desde cuando algunos colegas, decepcionados al volver de un viaje exploratorio, me dijeron que ni se me ocurriera ir por allá; “eso es un peladero”, susurraron. La fábrica de agua, como alguna vez la llamaste, ¡se acabó!

La situación en Santa Marta, vívido espejo de la realidad nacional, es la continuación de una línea de olvido, irresponsabilidad, y cualquier otro calificativo para lo irracional, para la forma como tratamos los recursos, y para la negación perpetua de los problemas ambientales del país, los cuales consideramos ajenos, lejanos e intangibles. Esa ciudad, al igual que el departamento del Magdalena, y el gobierno en general, decidieron dar la espalda a la Sierra Nevada de Santa Marta de forma casi idéntica a lo que hacemos con los Montes de María, Chocó, Amazonas, y el río Magdalena, por mencionar algunas víctimas. Aún no comprendemos que estos ecosistemas son imprescindibles para nuestra supervivencia hoy, no solo para las futuras generaciones.

Entre tanta agua que existió en la Sierra, nadie imagina que en la ciudad donde murió El Libertador haya pico y placa para recibir el líquido y hoteles casi al cerrar por su ausencia. Un poquito más arriba, en La Guajira, hay hambre y muerte. Además de no aprender la lección, las contingencias casi siempre involucran inversiones costosísimas para mitigar los problemas, y no para atacar sus orígenes. La mejor planta desalinizadora del planeta era la Sierra y funcionaba con energía solar. Es hora de empezar a cuidar lo que quedó y a reconstruir el resto con acciones serias y permanentes en reforestación, no con especies exóticas, sino con nativas de rápido crecimiento; construir embalses ambientalmente amigables para acumular el agua, entre otros programas integrales que deben desarrollarse, incluyendo la transformación de fondo de las CAR. Solo así, involucrándose, aportando, con paciencia y perseverancia, tal vez algún día, recuperaremos la fábrica de agua. 

*Profesor

@joliverov

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