Columna


La farsa de los políticos

CICERÓN FLÓREZ MOYA

08 de diciembre de 2014 12:02 AM

Muchos de los políticos que tienen el manejo de las palancas del poder son un surtidor de mentiras recurrentes y sus discursos configuran la farsa con que se enmascaran.

Un repaso de las conductas de muchos de los dirigentes arroja un saldo desastroso en lo que respecta a su ejercicio de la política o a la administración de lo público. 

Cuando invocan la democracia están del lado opuesto. Al tiempo que lo hacen avalan posiciones de intolerancia, se vuelven cómplices de abusos del poder, callan frente a comprobadas violaciones a los derechos humanos, amparan a corruptos, colaboran con causas que perjudican intereses colectivos, guardan silencio en casos de atropellos a sectores indefensos y subestiman principios esenciales sobre igualdad social y la protección de la vida.

Hay colectividades políticas con nombres contrarios a su verdadera ideología. El Centro Democrático, por ejemplo. No es democrática una agrupación que privilegia el uso de la fuerza, o que se blinda con autoritarismo, o tiene en el repertorio de sus acciones episodios como los llamados ´falsos positivos´, o el hostigamiento a los canales de comunicación a opositores con legitimidad, o la obsesión de estar en contra de toda posición que se aparte de la sumisión a los dogmas de quien ha consagrado como su ´Supremo´.

La política colombiana está recargada de desvíos por cuenta de quienes cierran los espacios democráticos a pesar de que juran obrar conforme a estos. Parecieran repetir, sin importarles nada, la exclamación del poeta Guillermo Valencia en su discurso ante la tumba de Rafael Uribe Uribe.

Los interrogantes que entonces hizo el poeta, podrían repetirse con relación a los capítulos de exterminio criminal que ha padecido Colombia con la complicidad del establecimiento. Son agravios a la democracia, equivalentes al extremismo de los grupos alzados en armas. Dijo Valencia: “…¿Así premias, ¡oh Democracia! a los mejores de tus hijos? ¿Con óleo de sangre los unges? ¿Los vistes de escarnio y los paseas ceñidos por los cascabeles de los locos? ¡Sucre, Arboleda, Uribe! A quien solo tuvo para ti la palabra miel, ¿tú le respondes con la voz del agravio? A quien se desveló sirviéndote, ¿así lo galardonas tú con el sueño medroso de los sepulcros? A quien cantó para ti con labios encendidos el himno de tus glorias, ¿tú sólo le respondes el yambo de la venganza? A quien te ofrendó sus placeres, ¿tú le retribuyes con tormento? Lincoln, Canalejas, Juarés… ¡Oh democracia, bendita seas aunque así nos mates!...”. Pero no. La democracia no puede llevar a tantos sacrificios.

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