Columna


LA FORMULA MÁGICA

JAIME HERNÁNDEZ AMÍN

31 de julio de 2017 11:57 AM

Lo que sigue sucediendo en Cartagena nos debe preocupar a todos, tanto a los que apoyan al alcalde de turno, como a los que no. Tantas intervenciones a la alcaldía distrital, de forma seguida, hace evidente la debilidad institucional de la ciudad, que se manifiesta en los pobres resultados de calidad de vida entregados recientemente por Cartagena Como Vamos.

Las alcaldías importan, son las instituciones utilizadas para administrar el uso de los recursos públicos. Estos recursos deben invertirse en el bienestar común: seguridad, educación, o espacios públicos entre otros, brindando unos requisitos elementales que el mercado no cubre, para generar armonía entre sus habitantes y promover el libre desarrollo de las personas.

¿Por qué la alcaldía de Cartagena no está cumpliendo con este papel? Los temas que rodean este caso son muy parecidos a todos los anteriores: corrupción e incapacidad, y hay tres temas fundamentales que retroalimentan el proceso.

El clientelismo. Más conocido como “corbatas”, son contratos o puestos que ofrece una alcaldía por intereses particulares. Esto no solo desangra el erario público, además llena la administración de personas no aptas para esos cargos.

Las comisiones. Estas terminan siendo las grandes generadoras de corrupción. Cuando un mandatario otorga un contrato por una comisión, las calles, colegios o acueductos se entregan bajo un fin lucrativo y no colectivo, además se crean clanes de contratistas cuyo único fin es alimentar la máquina para seguir existiendo.

La maquinaria. La mejor forma de combatir la corrupción es con una ciudadanía intolerante a ella. Pero con los índices de pobreza y educación demostrados en CCV, podemos ver como se nutre esa maquinaria. Es fácil dirigir una población necesitada y poco educada que retroalimente el sistema, eligiendo personas no aptas para hacer cumplir el verdadero rol de la alcaldía.

Eliminar estos tres males a la democracia no es tarea fácil. Dicen que una campaña a la alcaldía cuesta 10 mil millones de pesos, el salario del alcalde son 12,4 millones de pesos mensuales, sumando 614 millones de pesos aproximadamente en cuatro años, menos del 5% de la inversión inicial. ¿Cómo se saldan estas cuentas? A esto súmenle el desprestigio que implica hoy ser servidor público más la probabilidad de caer, injustamente, en manos de una justicia.

Con tres males bien impregnados y un contexto que desincentiva, no existe una fórmula mágica para resolver este problema. La única fórmula es la misma que ha logrado construir Grandes civilizaciones a través de la historia: trabajo duro, valentía, pasión y visión. Cartagena necesita líderes apasionados por el servicio público, que busquen remuneración a través del buen nombre, que tengan ideologías claras y principios sólidos, y que cuenten con la determinación suficiente para luchar contra un sistema adverso.

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