Cuando el brillante economista cartagenero Jorge García García leyó su ponencia en el primer foro Caribe en Santa Marta (con el título: “El modelo de desarrollo y su impacto sobre la economía de la Costa Atlántica”), por allá en el año de 1981, la ovación fue apoteósica. Me dicen que hasta los mosquitos y jejenes saltaban emocionados. Pocas veces sus coterráneos del litoral habían presenciado una exposición tan contundente donde, con total claridad, demostraba cómo nuestro sistema económico cerrado del país andino había no sólo perjudicado el desarrollo relativo del Caribe, condenándonos al atraso y al contrabando, por cierto; sino al mismo país como un todo, el cual dependía (y sigue dependiendo) de su demanda interna y de su calidad de monoexportador, para crecer. Y aclaro: para crecer mediocremente.
¡Cuánta falta de visión histórica la que tuvimos en ese momento! Por Dios, ese era el instante para haberle construido una estatua a García García. Ese era el momento para entender que la región Caribe –trabajando unida- contaba con la sustentación económica para haber denunciado el agotamiento de nuestro modelo de sustitución de importaciones y de haber exigido lo que ya era la revolución del crecimiento económico en países como Corea del Sur, Malasia, Singapur y China, con el impulso del sector exportador, complementando la demanda interna.
Pero lo triste de todo es que han pasado 36 años y seguimos sin hacerlo. Mucho movimiento de hombros y whisky en los carnavales, en las fiestas de noviembre y en el festival vallenato, pero de aquello nada. Seguimos sin exigirle al país que es en sus costas caribeñas donde se necesita la infraestructura, los incentivos tributarios y los servicios públicos confiables y competitivos para facilitar la localización del aparato manufacturero y agroindustrial del inversionista exportador.
Por favor, ¿acaso no sabemos, por ejemplo, que el 80% de las exportaciones chinas salen de 14 ciudades en sus costas marítimas? En Colombia es al revés: el 80% de sus paupérrimas exportaciones manufactureras salen desde las montañas, lejos del litoral. Por eso tenemos la peor competitividad del mundo. Y el país andino se sigue gastando frenético todo el dinero del país en su obsesión por unir las montañas a los puertos. ¡Cuánto desperdicio!
Y nosotros ahí: moviendo hombros y eligiendo presidentes en el Caribe. Me disculpan, pero por eso es que digo que todos pertenecemos –y me incluyo- a la generación de los tontos.
jorgerumie@gmail.com
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