Columna


La grandeza del anonimato

ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ

28 de diciembre de 2012 12:00 AM

ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ

28 de diciembre de 2012 12:00 AM

Hace poco, a los 104 años, murió el gran arquitecto brasileño Óscar Niemeyer. Conocido como “el poeta de las curvas”, Niemeyer  diseñó más de 600 obras monumentales alrededor del mundo. Fue un hombre que se mantuvo lúcido hasta sus últimos días y que vivió con gran coherencia y sencillez a pesar de su gran reconocimiento público. “Soy un ser humano insignificante”, decía. “Basta mirar al cielo para sentir que somos muy pequeños. Creo que el ser humano debería ser más sencillo, más modesto”. Esta frase ilustra la dimensión de su grandeza.
Sus creaciones son un deleite para los sentidos, no sólo porque son verdaderas obras de arte, sino también porque al desafiar lo establecido, se hacen únicas en su diseño y construcción. Pocos días antes de su muerte, visité  Brasil y conocí dos de sus obras: el imponente Museo Niemeyer (comúnmente conocido como Museo del Ojo), en Curitiba, y el auditorio del Parque Ibirapuera, en Sao Paulo. Son obras que cortan el aliento e invitan a la reflexión.
Cuando estoy frente a monumentos de esa magnitud e importancia, pienso en la cantidad de seres anónimos que los hicieron posibles. Generalmente se conoce bien el nombre del arquitecto que los diseñó, y su trabajo causa admiración y reconocimiento, pero los nombres de los miles de seres humanos que permiten su construcción no se mencionan nunca. Esto es igual de válido para casi todas las profesiones y oficios.
Lo mismo sucede en las empresas y en todas las instituciones. Si son exitosas y se destacan en su oficio o labor, quien recibe los reconocimientos y los premios será quien está al frente. Con frecuencia se olvida de que esos éxitos son sólo posibles gracias a que hay una multitud de seres humanos detrás, trabajando hora tras hora, con dedicación y entrega, para contribuir a lograr la meta común.
Generalmente son artífices activos de las grandes obras y de las grandes transformaciones, y participan en ellas con entrega, humildad y silencio. La humildad, decía con gran acierto Hemingway, “es el secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento”. El silencio de los humildes es su grito más sonoro. En su capacidad de escuchar con atención, se halla su gran profundidad.
Tengo el privilegio de conocer a algunos seres humanos de este talante. Llevan su vida con gran dedicación a su trabajo, luchan por sus ideales tratando de actuar en coherencia con sus principios y siempre lo hacen, sin esperar reconocimiento. Son muchas veces seres insondables y sensibles que podríamos comparar con aguas mansas, pero profundas. Tienen el don de callar sus virtudes, lo que permite que los otros las descubran y valoren, sin hacer alarde de ellas.
Los seres humildes y sencillos, casi siempre anónimos, nos dan lecciones de vida todos los días. Quienes ostentan esa virtud, no conocen la envidia y son plenamente conscientes, como lo era Niemeyer, de su pequeñez frente a la imponente inmensidad del universo.
Esos seres anónimos merecerán siempre mi reconocimiento secreto.
Khalil Gibrán decía: "La grandeza no consiste en una posición destacada; la grandeza pertenece al que rechaza esa posición."

*Directora del Área de Internacionalización de la UTB

iliana.restrepo@gmail.com

Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB o a sus directivos.

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