Columna


La guerra sucia

HÉCTOR HERNÁNDEZ AYAZO

11 de mayo de 2014 12:02 AM

Con esta u otra etiqueta, siempre hubo guerra sucia electoral colombiana, porque esta expresión en el lenguaje político significa cualquier ataque eficaz al candidato oficialista.

Es tradición nuestra que el gobernante se arrope en la bandera nacional y pretenda imponer la creencia de que él es la patria para, escudado en ella, arrogarse autoridad para tildar de enemigo de la nación a quien se oponga al gobierno. Es la constante de nuestra historia. Los partidos de oposición son siempre situados en los linderos de la antipatria y del caos por las huestes gobiernistas. Es una manera perversa de descalificar a los oponentes.

Si no, basta recordar el desparpajo con que desde las tribunas de la alta burocracia, los amigos de Samper declaraban conspiradores a quienes vieron la verdad de la cimentación inmoral de su triunfo electoral y señalaban a los opositores como movidos por el ánimo de impedir la imaginaria revolución social de ese funesto gobierno. ¿Acaso bajo Pastrana no fue tildado de enemigo de la paz quien opinara contra el Caguán, así se llamara Juan Manuel Santos?

Asistimos pues a un nuevo capítulo de esta práctica de nuestra pantomímica democracia. Sólo que ahora tiene mayor resonancia la palabra oficial por el predominio del gobierno en los medios, como natural reciprocidad por la abundante propaganda oficial que los nutre.

La verdadera guerra sucia está en exigir a las gentes que adhieran con fe de carbonero a las conversaciones de La Habana mientras se les oculta lo que en verdad allá se ha convenido. Guerra sucia es abrumar a las gentes con la propaganda gubernamental que significa un irregular manejo del dinero del pueblo. Guerra sucia es decir que el gobierno de Santos no negocia con narcotraficantes, para minimizar el impacto de las escabrosas andaduras de sus amigos y altos asesores J. J. Rendón y Germán Chica, cuando en La Habana está en amistoso diálogo con las Farc, a las que el gobierno de Santos no ha dejado de proclamar como el mayor cartel de drogas del universo. Guerra sucia es emplear la contratación oficial para seducir grandes electores. Guerra sucia es no decir con verdad y exactitud cuál es el mecanismo que el Gobierno tiene en mente para refrendar los acuerdos de La Habana. Guerra sucia es tildar de oportunismo político al que apoye las justas pretensiones de las indignadas y agraviadas gentes del campo en paro. Guerra sucia es atribuir móviles innobles a toda crítica.

Un demócrata serio y apegado a la ética acepta toda controversia sobre los actos del gobernante y sus asesores. Victimizarse ante cualquier censura a sus actuaciones o a las de sus asesores acredita debilidad moral.

Para fortuna de todos, ni Santos ni Rendón ni Chica son la patria ni se confunden con ella.

h.hernandez@hernandezypereira.com

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