Columna


La hora de las definiciones

RAFAEL NIETO LOAIZA

20 de noviembre de 2016 12:00 AM

Ya sabemos que la campaña por el Sí estaba montada sobre falsedades. La primera, Santos y de la Calle afirmaron que el llamado “acuerdo final” era el único posible.

Estaba lejos de ser verdad: anunciaron otro. Segunda, que el citado “acuerdo” era el “mejor posible”. Ahora  Santos, en un inusual gesto, dijo que “con toda humildad, quiero reconocer que este nuevo acuerdo es un mejor acuerdo”. El “acuerdo” no solo no era el único posible sino que era perfectible. Y reconoció a los voceros y promotores del No. Dijo el presidente que con “sus iniciativas contribuyeron a lograr este nuevo acuerdo”.

Por qué Santos y los negociadores antes del plebiscito no solo no aceptaron reunirse con quienes se oponían al “acuerdo final” y estudiar con apertura y ponderación sus críticas y propuestas sino que los acusó de “vacas muertas, tiburones, neofascistas” y otras linduras. Nunca es tarde para corregir, pero…

Y tercera, los defensores públicos del Sí advirtieron que de no aceptar el “acuerdo final” volveríamos a “la guerra”. Santos incluso amenazó, en una grosera estrategia de miedo, con que las Farc se tomarían las ciudades. Y no ocurrió. También era mentira que quienes teníamos críticas al “acuerdo” fuéramos “enemigos de la paz” y “amigos de la guerra”. Desde el 2 de octubre se asumió el triunfo con humildad y con el compromiso público de proponer de manera rápida las mejores opciones para un nuevo pacto con las Farc. Y no se ha parado esa tarea. Ni por un instante se cejó en el empeño de un gran acuerdo nacional para la paz que incluya a todos: a las víctimas de las Farc y a la rama judicial, a quienes el Gobierno y las Farc tampoco oyeron antes. Esa actitud proactiva y de buena fe fue reconocida por Santos al “agradecer nuevamente la buena disposición y la buena voluntad con la que participaron todos los voceros, en particular los del No”.

Advertimos que el triunfo del No era la oportunidad histórica para salir de la polarización política y social a que nos llevó la estrategia de estigmatización que Santos desarrolló desde la campaña del 14. Lo aceptó el mismo presidente al afirmar que ese triunfo “teníamos que convertirlo en una gran oportunidad para unirnos alrededor del deseo de paz expresado por todos, independientemente de si votamos Sí o No ese día”.

Pero sus palabras van en contravía de sus acciones. Intentó dividir el frente del No, sin éxito. Y ahora en lugar de ir a La Habana con un nuevo borrador, como era su compromiso, el Gobierno anunció un “acuerdo final y definitivo”. Comete otra vez el mismo error, aunque esta vez es peor: no solo margina a los voceros y promotores del No y a los representantes de las víctimas de las Farc, y a la rama judicial, sino que se opone a las mayorías de las urnas. Es un portazo en las narices al No, y una burla al plebiscito.

Con todo, hay un atisbo de esperanza. El lunes habrá reunión en Palacio. Ahí sabremos si veremos de cuerpo entero el conejo cuyas orejas ya se avistan. 

 

 

 

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