Columna


La imagen del mundo

ROBERTO BURGOS CANTOR

28 de diciembre de 2013 12:02 AM

La experiencia, honrosa y fecunda, de haber sido jurado del Festival de Cine de Cartagena de Indias presidido por el director checo Jirí Menzel, me permitió desde su sabiduría artística comprender mejor al cine que surge y parece una re-visión de América Latina. Jirí fue el amigo entrañable del escritor espléndido que se llama Bohumil Hrabal en cuyas novelas la vida insurgente reventaba moldes y ortodoxias inútiles. Esa vez se premió una película de Carlos Gaviria: el viaje de dos jóvenes en un Renault 4 a un territorio de violencia y fantasmas.

Después de los años difíciles, soportables por cintas como las de Glauber Rocha, Solanas, Sanjinés, Lombardi, Littin, Gutiérrez Alea, Silva y Rodríguez, Benacerraf, entre otros, vino una especie de revancha del mundo vaciado y pueril donde nos reíamos por nada como robots de baterías agotadas. Sin utopías y sin deseos, entre cenizas y naufragios, la vida buscaba o quería rescatar preguntas, proponer sentidos.

De allí se ha ido saliendo y muchos tuvimos la fortuna de sobrevivir a episodios fundamentales de una época intensa, trágica, interesante, depresiva, esperanzada.
La ola anterior me envolvió al ver el filme Aquí y Allá, opera prima de Antonio Méndez Esparza. Y articuló miradas dispersas en este abrupto despertar del mundo del largo insomnio o la adormilada impotencia.

Son palabras respetuosas de quienes cuentan las películas sin contarlas, hay que verlas, de un paisaje que nos pertenece de origen. Con la misma fuerza de interiorización del Nueva York de Woody Allen que lo llevó a decir que él sería recordado por el paisaje. El de Méndez Esparza es un territorio fronterizo, cerca al muro de Estados Unidos, de esas poblaciones sin otra tradición que las urgencias de la necesidad y que crecen sin proyecto urbano distinto al amontonamiento y a la aceptación de echar raíces en la única tierra que se tiene y donde las vías, senderos, trochas, son abiertas por los pasos de la gente, por sus querencias, y basta.
Allí los jóvenes tocados por la música y la danza vislumbran su futuro en el vecino del Norte. Quienes se quedan resienten y viven la aventura de cruzar clandestinos como una traición. Quienes se quedan resisten. Y el espectador descubrirá una forma nueva de resistencia: estar sin aceptación y sin sueños, ante el día a día que se conquista con la vida, con no dejarse derrotar por, paradoja, la ilusión.

Este es otra vez el nuevo mundo, los seres distintos, que vamos surgiendo y que tenemos ya una expresión, sin cronistas de Indias, sin curas, sin delegados del rey. Seres que encuentran en sí una forma y una fortaleza. En ese umbral estamos.
*Escritor

rburgosc@etb.net.co

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