Columna


La independencia de las Fiestas

IRINA JUNIELES

04 de noviembre de 2017 12:00 AM

Pronto estaremos celebrando las Fiestas de Independencia de Cartagena, esta vez con la noticia del aval entregado por parte del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, para continuar el trámite de su inclusión en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Nación, y contar con un plan de salvaguarda construido colectivamente que fije la ruta de su fortalecimiento.

Mas allá de su componente lúdico, la fiesta es uno de los asuntos más serios de la vida ciudadana, y reconocerlo implica reafirmar a la cultura como una dimensión clave del desarrollo humano. La fiesta afirma nuestra pertenencia a la ciudad, fortalece la identidad y fomenta recuperar el tejido social, generando espacios de encuentro que bien gestionados conducen a mejorar la convivencia. Su componente cívico y ciudadano cobra mayor importancia en ciudades como Cartagena, con profundos problemas de exclusión y desigualdad.

Por eso es necesario defender el norte trazado por la ciudadanía en 2004, y ratificado en 2014, con los principios para la Política Pública de Fiestas, que entre otros, plantea la necesidad de insistir en usar el nombre de Fiestas de Independencia, resaltando el contenido histórico que las liga a una lucha aun inconclusa por la libertad y la igualdad; y defender que la ciudadanía oriente las fiestas, pero también que sigan en el resorte de lo público con mejores criterios de gestión, abandonando la tesis de la privatización de su organización y manejo.

Capítulo aparte, muy importante, merece la necesidad de que las fiestas permanezcan separadas del Concurso Nacional de Belleza, que con su fuerza mediática opacó durante años la riqueza cultural de los actores festivos y el énfasis de la celebración. En el país poca gente sabía qué se celebraba en Cartagena, mas allá del reinado de belleza. Cuando ya creíamos que nos habíamos quitado ese lastre y el evento cambió de fecha, la entidad privada que lo organiza propone su regreso a noviembre. Ni las autoridades deberían estimularlo, ni la ciudadanía respaldarlo.

Sin embargo, algunas personas de frágil memoria parecen querer jalar hacia aquel pasado crítico (anterior a la política pública) del decaimiento del sentido cívico, de debilitamiento de la puesta en escena de expresiones como las danzas o los disfraces, y de la ausencia de componentes de reflexión (con excepciones honrosas en aquel entonces como el Cabildo de Getsemaní, o como los cabildos escolares que promovían y promueven los profesores).

Hoy estamos muchos pasos adelante, incluyendo un pacto ciudadano firmado el año pasado que ha permitido que más actores se vinculen con acciones concretas para fortalecer desde abajo la revitalización.

Es el momento de reafirmar la independencia de las fiestas.

 

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