Columna


La ley de la vida

MARIA FERNANDA IBARRA

29 de enero de 2014 12:02 AM

Sin discusión alguna, la muerte es lo único que tenemos seguro en la vida.

Desde que nacemos ya estamos empezando a morir, aunque vemos la vida como un proceso evolutivo en nuestra parte física, intelectual y espiritual. Me parece que en muchos casos es todo lo contrario, cuando veo tantas personas muertas en vida.
La muerte. El acto de morir. Para mí abarca mucho más que sólo “estirar la pata”, ¡como decimos los costeños! Me refiero a que realmente al final, morimos de una forma o de otra sin importar nuestra edad. Nos da un infarto. Nos enfermamos de cáncer. Tenemos un accidente, etc. ¡Pero bueno! Ya eso todos lo estamos esperando tarde o temprano.

¿Por qué hay tantas personas que mueren antes de tiempo y no se dan cuenta? Voy a explicarles mejor a lo que me refiero. Quiero que cada uno recree las escenas que menciono y podrán saber por qué pienso que hay tantos muertos caminando.
Quiero comenzar con un recuerdo de hace varios años, cuando un día, estando en el parque, vi a un niño que podría tener unos cinco años, jugando en el arenero con un camión Tonka precioso. Brillante, ¡se veía que era nuevo! Al lado del niño, en una silla, estaba la que luego supe era la madre. Ella estaba, pero realmente no estaba, porque el niño le pasaba diciendo: ¡Mami, mami, mira!, para mostrarle lo que estaba haciendo y ella le decía: ¡Después, después! Porque su conversación con la amiga de al lado le parecía más interesante en ese momento que atender a su hijo.

Cuando al fin le puso atención se dio cuenta de que jugaba con un camión viejo y feo que no era el suyo. Ese camión no era con el que su hijo había llegado al parque. El camión lindo y nuevo lo tenía el niño con el que se encontraba jugando.
Entonces la madre se levanta de la silla y va hacia donde su hijo y le dice: ¡Mi amor! ¿Y tú que haces jugando con ese camión tan feo si tienes el nuevo que yo te regalé? A lo que el niño contesta: Estoy jugando con un amiguito.
Pero la verdad es que esos niños jamás se habían visto antes. Y ya eran amigos. Entonces la madre le dice: Mi amor. Pero no prestes tu camión nuevo. ¡No ves que te lo puede dañar!

No se qué pudo haber pensado el niño en ese momento del comentario de su heroína. Pero se la quedó viendo con extrañeza porque realmente no podía entender para qué le había regalado entonces el camión si no podía compartirlo.

En ese instante ese niño empezó a morir. Empezó a borrar de su corazón ese compartir sin importar qué, ni con quién, y lo reemplazó con esa escena en su memoria, en la que entendió, gracias a su madre, “que si compartes, te lo pueden dañar”.

feru2000@yahoo.com

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