Mucho comentamos durante todos estos meses, años, con razón, del potencial de Cartagena de Indias, si tan solo se hicieran sus obras de infraestructura y se pasaran leyes que estimularan el turismo. Sí, nuestra querida urbe sería otra si la doble calzada entre Barranquilla y Cartagena fuese completa, y si además continuara hasta la entrada del Laguito y, ya soñando un poco más, hasta un puente que nos una a Tierrabomba.
Nuestra querida ciudad sería otra de ponerse, ¡por fin!, en marcha Transcaribe, y de que en una segunda fase se habilite un sistema acuático a través de los canales.
Otra, si se ejecutan las obras del segundo canal de acceso para barcos de gran capacidad que atravesarán, una vez que esté lista su ampliación, el canal de Panamá.
Otra, si nos abrieran las puertas del turismo internacional a través de las quintas libertades, hoy un escollo para que más compañías aéreas nos elijan como destino.
Podría gastarme todo el espacio de esta columna con las obras que podrían introducir a Cartagena en el mundo de las metrópolis eficaces, y con ello todo el beneficio económico y por ende el desarrollo que ganaríamos. Obras que, entre otras, han sido magistralmente descritas en los editoriales de este periódico. Pero ésta de hoy, en plena época de campaña electoral, quiero que trate de la obra más importante de todas para que la ciudad ingrese con pie firme a este Siglo XXI, ya testigo de tantos cambios que le han dado un vuelco a la humanidad. Me refiero a la educación.
No posee ninguna nación un tesoro más grande que su gente. No hay oro, ni petróleo, ni campos cultivables, que compitan con el potencial en el cerebro humano.
Necesitamos una Cartagena educada, con colegios públicos de calidad, que le ofrezca becas a los mejores, con universidades que compitan hombro a hombro con las otras del país. Una Cartagena con un sistema educativo que explore en los diversos talentos de sus habitantes. No hay una mejor garantía de futuro que cada niño vaya a un aula todos los días, y que cada joven se prepare para la labor que ejercerá cuando se inicie en el trabajo.
Padres de familia, un voto que vendan puede significar uno o dos almuerzos para sus hijos, pero un voto a consciencia, pensando en la candidata o candidato que más y mejor educación proponga (y tenga una hoja de vida que indique que cumplirá) para sus descendientes, les puede asegurar comida y un techo seguro no solo a sus hijos, sino a sus nietos y bisnietos.
Y ni que decir tengo, que de un futuro lejos, muy lejos, de ese infierno llamado cárcel. O de una muerte violenta.
pedrocaviedes@gmail.com
Comentarios ()