Columna


La memoria rota

IRINA JUNIELES

21 de julio de 2013 12:00 AM

IRINA JUNIELES

21 de julio de 2013 12:00 AM

La noche del 15 de noviembre de 1815, durante el Sitio de Pablo Morillo a Cartagena de Indias, María Josefa Fernández, una mujer negra, vecina de la población de Turbaco, parió a su hijo en la cárcel. Días atrás había sido detenida por las autoridades españolas acusada de manifestar públicamente su desprecio a los sitiadores, de introducir víveres a la ciudad por el cerro de la Popa, y de llevar y traer cartas y recados entre los sitiados y las tropas patriotas.
En el mismo período las cartageneras María Barona y Ángela Llanos fueron fusiladas por Pablo Morillo; Leonor Guerra fue azotada públicamente y murió a consecuencia del castigo; Ana Pombo Amador, miembro de una prestigiosa familia de comerciantes, y tres mujeres de la aguerrida familia Piñéres, de Mompox, entregaron su vida por la causa de la libertad. Sin diferencias en la clase o condición social las mujeres de la región fueron definitivas para la independencia.
Hace más de un año asistimos a un acto de justicia histórica enmarcado en la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Cartagena. La entonces alcaldesa Judith Pinedo develó una placa incorporada al espacio público del Camellón de los Mártires que reivindicaba el nombre de trece mujeres activistas del proceso independentista, debidamente sustentada en el trabajo de nuevos investigadores comprometidos con miradas menos anquilosadas de la historia.
Era la primera vez en 200 años que esos nombres salían a la luz en un monumento público, y en un espacio que es referente de la ciudad. Ya sé que la participación femenina no se redujo a esos trece nombres puestos en la placa, pero actos como éste son necesarios en el proceso de reivindicación del papel de la mujer en la sociedad, y son puntales para la construcción de una memoria histórica justa. La ciudad es un lugar cotidiano de socialización, y lo que en ella se representa nos construye como colectivo.
Este acto nos recordaba la rotunda invisibilización que ha hecho la Historia, y su Academia, de la gestión femenina en la defensa de los principios de libertad e igualdad que pregonaba el movimiento emancipador de Cartagena, y también nos sitúa en un presente que conserva trazas importantes de exclusión y discriminación hacia la mujer, que nos cosifica, subordina y confina al hogar y atraviesa palos para andar en la rueda de lo público.
Esa placa aparece hoy destruida ante la vista pública de la ciudad, y solo hay residuos de cemento donde reposaban los treces nombres. En mi optimismo, aun me asombra que un miembro de la Academia de Historia de Cartagena a propósito de la conmemoración de los 480 años de la ciudad, dijera en la radio nacional: “gracias a Dios que la destruyeron”.
La memoria se sigue rompiendo en La Fantástica.

ijunieles@gmail.com

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