Columna


La muerte y sus escombros

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

02 de enero de 2013 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

02 de enero de 2013 12:00 AM

Dicen que sólo fue un paro cardiorrespiratorio, que en mitad de la noche le empezó a molestar la garganta y minutos después cayó, afinado, en la nota de su muerte. Algunos comentan que ahora montarán un picó en el cementerio para ver si los fantasmas siguen tratando de hacer el amor en las madrugadas. Corre un rumor: han vuelto a podrirse las flores en el epigrama de su tumba. El espectro de Sergio Liñán ya no busca a alguien que lo quiera a su manera, sino a alguien que lo recuerde.
La muerte del cantante de Champeta, El Afinaito, ciertamente es más que eso: representa otra pérdida importante al patrimonio musical de la región Caribe. Pareciera que con el paso de los meses estuviésemos destinados a presenciar el fin de nuestra identidad, y no lo digo por la muerte de estos artistas (que tarde o temprano tiene que ocurrir), sino por la falta de relevo generacional y el olvido al que se ven sometidos estos ritmos.
Mucha gente aún detesta este género, igualando su baile erótico a la escena de un crimen. Ellos se alarman con los rincones alborotados, con un roce en la entrepierna, con dos cuerpos trenzados hacia el fondo de la calle. Hacen su pequeño gesto de repugnancia ante las nuevas danzas del mundo y suponen que la Champeta no está a la altura de la cumbia o de un Nocturno de Chopin. La relacionan con la violencia y la mala educación. Esas son personas con perspectivas distintas en lo que se refiere a la cultura, y aquello debe respetarse. Sólo les puedo decir que se pierden del placer de entender a los sectores populares de Cartagena y de algunos pueblos de la costa, la satisfacción de advertir el imaginario cultural del vecindario que llenó el cementerio cuando enterraron al Sayayín o al Afinaito.
Tengo miedo porque pronto serán más los que piensen así. Con tanto prejuicio y tanta opresión “intelectual” van a aturdirnos a todos. El niño que hablaba golpeao y cantaba La Ruleta del Jhonky es hoy un hombre quieto y callado que aparenta saber de otra música venida de afuera, en otros barrios y en otro idioma.
Había pensado que los años iban construyendo algo encima de nuestras vidas, que el mundo cambiaba y se limpiaba a sí mismo quemando muñecos de aserrín en las esquinas. Sólo los recuerdos intentarían permanecer en la cuenta nueva de nuestra fortuna. Pero el Tiempo terminó siendo ese desgaste entre las personas y las cosas a la vuelta del día, un triste cálculo que nos comenta lo que ya se acabó y lo que nunca ha sido. No existe un pasado que podamos armar en las tardes mientras todo se va quedando vacío, mientras la muerte consume sus esqueletos en el barrio. No se puede: hace rato que los relojes de esta ciudad olvidadiza muestran la terca pelea entre el polvo y las banderas viejas izadas en el país de nuestra memoria jodida.
Y a dos días del 2013, concluyo que El Afinaito será otro escombro de calcio bajo la tierra.

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