La pobreza ideológica y política de los líderes y portavoces de este país, se refleja en que si no es a través del miedo (infundiendo el temor a convertirnos en una segunda Venezuela), no saben cómo conquistar a sus electores.
Nosotros no necesitamos que nos salven de ser Venezuela, sino de seguir siendo la Colombia que hemos sido: con 20 millones de pobres, según la CEPAL; el segundo país más desigual de América Latina, según el Banco Mundial; de los últimos puestos en el ranking de educación, según la OCDE; y la cereza del pastel, uno de los más corruptos, según informe elaborado por la ONG Transparencia Internacional.
Candidatos: el problema no es Venezuela, es Colombia. Cambien esa amenazante y rayada sentencia del Castrochavismo por un discurso más esperanzador... ¿por qué no dicen que nos convertirán en una Suiza o en una potencia asiática?…combatiendo la exacerbada y cínica corrupción que se nos metió hasta los tuétanos, reactivando una economía próspera y equitativa a través de la mejor reforma tributaria (dejándose de robar los recursos públicos) e invirtiendo en educación como una determinante de desarrollo.
Pero aquí parecemos más en una guerra que en campaña. No podemos seguir hablando de antipetrismo, antivargasllerismo, antiuribismo…la política no es de anti-nombres, sino de ideas, y la carrera a la Presidencia no puede ser una lucha de intereses personales, sino una verdadera lucha de intereses nacionales.
Y lo único que logran con esta polarización, es levantar una fuerte y creciente inconformidad que cobija a colombianos de diferentes ingresos, creencias y culturas, a quienes hoy satanizamos como la “izquierda” y que quizás, no son más que un grito desesperado contra ese Establecimiento que se ha enriquecido por siglos y que generó grandes brechas sociales (eso es lo que yo llamo, el secuestro de la política: cuando los mismos que son el caos, son también la solución al caos). Y es esa miopía la que nos impide ver que hay un gran consenso que quiere un cambio (bueno o malo), pero está harto de lo mismo, mientras del otro lado, seguimos estancados en una incapaz y mezquina derecha que “ni lava ni presta la batea”.
Si Colombia no está preparada para un gobierno de izquierda, tampoco aguanta más uno de derecha. El quid del asunto no está en el régimen, sino en elegir un dirigente capaz de organizar un liderazgo colectivo por la paz y la reconciliación, venga de izquierda, del centro, o de derecha, da igual.
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