Columna


La paz de la Niña Emilia

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

14 de septiembre de 2016 12:00 AM

Quisiera compartirles uno de los hallazgos más impactantes que me ha tocado vivir en mis veintitrés años de edad. Sucedió la noche del sábado pasado. A mis padres se les había ocurrido improvisar una fiesta para celebrar la destitución de Alejandro Ordóñez de la Procuraduría General. Invitamos a una amiga de la familia y nos pusimos a beber vino y a escuchar champetas clásicas de la década de los 90. De la champeta pasamos a Alejo Durán, y de éste a los grandes éxitos de las fiestas novembrinas.

Para no tener que buscar más canciones en YouTube, programamos una lista automática con canciones de la Niña Emilia, una de las artistas más trascendentales que ha tenido el folclor de la Costa Caribe colombiana, cantante de inolvidables hits como “Coroncoro” o el “Congo e”. Hasta allí todo normal. Sin embargo, hacia las once de la noche, YouTube nos condujo a una entrevista titulada “La agonía de la Niña Emilia”, realizada por Ernesto McCausland en 1989, cuatro años antes de la muerte de la artista.

En el video se ve a una Niña Emilia envejecida y fascinante, la mayoría de las veces sentada en una mecedora. Hacia el final, ella le canta a McCausland una de sus más recientes composiciones y es en aquel instante cuando ocurre el impactante hallazgo: la canción es una especie de bullerengue por la paz que nunca llegó a grabarse (VER VIDEO: https://www.youtube.com/watch?v=xhgCBlJ3MbE).

Pienso que en aquella noche de parranda, enmarcada en un contexto político en el que las campañas a favor o en contra del Plebiscito se han convertido en el pan diario de columnistas y medios de comunicación, la voz potente de la Niña Emilia se alzó desde épocas distantes, saltando charcos de años hasta llegar a la sala de mi casa con un mensaje tan actual como necesario: “En toda Colombia entera, todos queremos la paz”.

Mis padres, mi amiga y yo quedamos maravillados. Fue como si la Niña Emilia hubiera estado al tanto de los diálogos entre el gobierno y las FARC, como si detrás de las gafas negras que nunca se quitaba se escondiera una mirada clarividente que conociera el futuro del país. Esa fue mi primera impresión. Horas después, cuando ya no estaba cegado por la magia del momento, concluí que en 1989 no hubiera sido tan difícil creer que alguien pudiese pedir por la paz de Colombia. “Que nos vamos a acabar, todos queremos la paz”, dice el coro, bastante explícito con respecto a la magnitud del conflicto, porque nos muestra que en tiempos pasados la gente también ha suplicado por un país más tranquilo, un país sin guerra.

Escuchemos, pues, a la Niña y hagamos la paz.
 

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