Columna


La paz y la felicidad

CARMELO DUEÑAS CASTELL

18 de marzo de 2015 12:00 AM

Hay un hermoso cuadro que se atribuyó durante siglos a un pintor flamenco poco conocido. Un reciente y buen análisis, en 2011, demostró que la pintura procede del taller de Rubens. A dicho taller pertenecen magníficas obras a varias manos, entre discípulos y maestro, durante los últimos años de la vida de Rubens en Bélgica. La obra tiene más de 350 años y refleja la minuciosidad con que el famoso pintor hacía todo.

La pintura muestra una figura central, hermosa, blanca y algo rolliza, como la mayoría de las mujeres de Rubens, cubierta de finos encajes blancos, que permiten ver sus senos y su ombligo. En su mano derecha sostiene una hoja de palma que señala hacia la izquierda del cuadro donde un pequeño, con una antorcha en la mano, quema una gran cantidad de armas. De un enorme cuerno plateado en el centro brotan uvas y frutas. A la figura principal la rodean su madre y sus dos hermanas. Una de ellas toma su busto con la mano, otra se abraza al cuerno de la abundancia y la última solo contempla la situación. A sus espaldas, un frondoso árbol. Hay otros cuatro pequeños bien nutridos distribuidos en el cuadro. Uno retoza en el regazo de la figura central mientras los otros tres reciben y degustan las uvas y frutas que brotan a raudales del grandioso cuerno y ruedan por el suelo.

Una alegoría es una forma de representar ideas abstractas que llevan implícito un mensaje a través de imágenes de personas u objetos que tienen una enorme carga simbólica.

Es maravilloso que en una tela de menos de 8 metros cuadrados Rubens nos represente a La paz, a la obvia y necesaria destrucción de las armas que debe precederla y además nos muestre que de todo lo anterior debería derivar la tranquilidad de poder retozar y disfrutar de la abundancia, prosperidad y riqueza. El autor plasma así la imagen mitológica que desde el principio de los tiempos se tiene de la paz, representada por una joven con una rama de olivo en una mano y una antorcha en la otra para quemar las armas.

El nombre del cuadro, La paz y la felicidad del estado, es un impresionante llamado proveniente de siglos y siglos de lamentable experiencia humana que ha demostrado la imposibilidad de lograr la felicidad, la abundancia y la prosperidad mientras persista la guerra. Un cuadro termina siendo una foto, una instantánea muy temporal e idealista que en la vida real no puede ser eterna. Pero, décadas de sangre y dolor le demuestran a Colombia que con la guerra no hemos solucionado nada y solo ahondamos aún más nuestros problemas y miserias. Claro está, la paz tiene un precio e implica sacrificios. ¿A cuánto estamos dispuestos a renunciar para lograr así sea un esbozo de paz y un buen gobierno que permitan la felicidad del Estado y dedicarnos a tratar de resolver nuestros verdaderos problemas?
*Profesor Universidad de Cartagena

crdc2001@gmail.com

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