Columna


La Popa de la Galera

SANTIAGO MADRIÑÁN

22 de marzo de 2017 12:00 AM

Desde los tiempos de la conquista, los accidentes geográficos han guiado a navegantes para orientarse en las costas. Era común en la cartografía colonial adjuntar a los mapas, recuadros con perfiles de la costa con sus montañas sobresalientes, y en los manuales de navegación costera o derroteros, estas montañas eran usadas como faros naturales.

Los barcos que llegaban de Cuba y Jamaica a Cartagena, al divisar las Tetas de Tolú, dos mogotes redondos al este de ese pueblo indicaban que Cartagena quedaba al norte. El más famoso de los faros naturales de Cartagena es sin duda el cerro de La Popa de la Galera, llamado así por su semejanza a la parte posterior de los barcos bizantinos de velas y remos conocidos como galeras.

Desde antes de la conquista el cerro era un lugar simbólico para los habitantes de Calamarí y los Yurbaco. Fray Pedro Simón, nos relata en sus crónicas cómo durante la colonia, en la punta del cerro se celebraban fiestas en honor a Buziraco, el diablo encarnado en un cabro.

Fue durante una de estas celebraciones consideradas satánicas en 1608 que el monje comisionado para construir el monasterio de Nuestra Señora de la Candelaria en la cima del cerro, botó el cabro por el precipicio dándole origen al nombre de “salto del cabrón”. Además del monasterio, en la punta del cerro había un vigía y hubo una batería de artillería poco utilizada debido a la altura.

La Popa es una montaña de basamento coralino y sedimentos marítimos y fluviales de hace 5 millones de años, cercano a 155 m de elevación. La roca sedimentaria es muy susceptible a la erosión por las escorrentías de aguas, generando quiebres en la montaña como se sabe desde hace tiempo. Humboldt, durante su corta visita a Cartagena dijo: “Y allí hay un monasterio, ¡Qué por milagro!, no se ha caído aún, ya que la roca está bastante desgastada”.

Tanto cronistas como navegantes y eruditos de la historia colonial de Cartagena relatan siempre la espesa vegetación del cerro, sin duda la principal causa de que su frágil suelo se haya mantenido.

Pero la invasión de sus laderas, la tala de sus árboles para leña y el deterioro general del cerro, están a punto de hacer desaparecer la elevación que por cientos de años guió a navegantes, protegió la ciudad y es sitio de peregrinaje de diversos cultos, además de ser un atractivo turístico.

Es imperativo tener en cuenta los múltiples estudios y se ejecuten los planes de manejo propuestos por alcaldías desde hace muchos años para proteger este icono de la ciudad.

Debemos establecer, cercar y vigilar la reserva ecológica del Cerro, reforestar sus laderas con un gran plan de restauración ecológica con la participación de las comunidades vecinas, establecer senderos y desagües con obras civiles, corregir la vía de acceso y ¡no permitir que suban buses! No son pañitos de agua tibia y debe todo hacerse cuanto antes.

Director de la Fundación Jardín Botánico “Guillermo Piñeres”, Turbaco
santiago.madrinan@jbgp.org.co

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