Columna


La sonrisa y el bocón

ROBERTO BURGOS CANTOR

09 de mayo de 2015 12:00 AM

Las antiguas leyendas logran transmitirse en el laberinto de los siglos, tal vez por su misterio, su posibilidad de sorpresa, y una brevedad de moraleja que permite a millones de personas repetirlas sin indagarlas.

La del rey Midas quedó reducida a un hombre poderoso cuya obsesión por la riqueza lo llevó a convertir en oro cuánto miraba o tocaba. Ese deseo ardiente es la ambición.

A pesar de las escandalosas o absurdas cifras, depende de quién las mire, que se convinieron como pago inicial a dos boxeadores enfrentados en un combate por la faja mundial, recuperé la fe en el boxeo y reservé mi butaca. Vería al filipino Manny Pacquiao contra el estadounidense Floyd Mayweather Jr.

La fe fue necesaria porque durante varios años el boxeo parecía asunto del pasado. Quedaban los consuelos de la memoria, como se sabe caprichosa, imprevista, desobediente. El dinero y su vulgar tiranía acabó con el extraño espectáculo de hombres que luchaban a puños y lograban mostrar gestos de elegancia, virtud, inteligencia, voluntad, valor, y los mejores: de poesía. Algunos murieron de una paliza sin control. Otros continuaban fuera de las cuerdas, el combate de la vida, las tragedias de la fama, en rounds largos y trágicos.

Es posible que en lo imperceptible de cualquier fe estuviera la atracción por los conflictos entre la virtud y la maldad, Goliath y David, el fanfarrón y el discreto. Pero no siempre la fe vence las evidencias de lo razonable.

Para quienes admiramos formas de boxear donde los contendores se citaban en el centro de la lona y se fajaban; o eran llevados a un lugar de las cuerdas o a una esquina para que alguien mostrara habilidades, consumiera los golpes y las energías del otro; lo del sábado 2 de mayo en las Vegas fue aburrido, sin una migaja de algo que causara admiración.

Cuando algo así ocurre, los puntos de la victoria hay que buscarlos fuera del ring. O en lo que el ring se convirtió. El Midas de hoy, con efectos perniciosos en la música, los deportes, la justicia, las leyes, la vida toda, tiene sus héroes. Prefiere a quien desprecia el dinero, grita y derrocha, se envanece y exhibe; que a quien hace obras sociales, se interesa en la política, y recuerda ese íntimo, viejo acto: rezar.

Como se trata de insultar a Midas, vale una sospecha. En la atmósfera social del ahora, con la irascible intolerancia racial exacerbada, y en Estados Unidos con conflictos en la autoridad policial, era cierta corrección farisea darle la faja al afro y no al oriental.

El melodrama del dinero nos depara otro capítulo. Pacquiao subió al cuadrilátero con el hombro lesionado. El cangrejo y el alacrán de nuevo a perseguirse.

reburgosc@gmail.com

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