Columna


La tercera vía

RODOLFO SEGOVIA

09 de julio de 2016 12:00 AM

El consumo de bicarbonato aumentó para digerir sapos y sapitos. Cuatro años de cuidadosa preparación de la opinión pública facilitaron la digestión, a pesar del casi universal rechazo a las Farc y sus crímenes. Pero se equivocan los que creen que la paz es solo una filigrana de Juan Manuel Santos para obtener el premio Nobel.

Él se preparó toda la vida para transformar la sociedad colombiana. Los diálogos de paz fueron su vehículo y las Farc la excusa, a juzgar por la naturaleza de la agenda que pactó el hermano de Juan Manuel. En la mesa de La Habana, Sergio Jaramillo, su más afín colaborador, ha sido su vehículo. Paso a paso, se sentaron las bases de una Colombia diferente, pero sin ceder el modelo económico y con fe en las instituciones democráticas, como en la “Tercera Vía”, que con bombo y la presencia de Tony Blair, Santos lanzó en Bogotá hace una década.

Todo es premeditado. El Presidente, conocedor como ninguno de las enmermeladas de la clase política, la tiene ahíta de dádivas para que no interfieran con su causa. Ha aprobado todo cuanto ha querido, incluido gobernar por decreto, una vez se gane –se da por descontado- el plebiscito. Todo en aras de un gran designio con aristas constitucionales.

No se había visto nada parecido, dice don Sancho, el héroe de Cartagena en 1697, desde cuando Luis XIV, urdiendo la más refinada diplomacia y haciendo caso omiso de los vetos sucesorios que condicionaron su propio matrimonio con María Teresa, la hija de Felipe IV de España, sentó en ese trono (1701) al nieto de ella, Felipe de Anjou (Felipe V). Por estos lados, el dislocamiento geopolítico causó el hundimiento del San José por los ingleses, opuestos al nuevo orden dinástico.  

Con su urbanidad y fácil simpatía, que no carisma, Santos es el político más completo en varias generaciones. Ni se arruga, ni se descompone. Oculta sus cartas en la faltriquera. Sirvió con distinción varios gobiernos esperando la oportunidad de implementar sus ideas para una Colombia más equitativa en oportunidades. Si la Constitución del 91 fue el texto de los derechos y la laicidad, la subrepticia que nace es la de la movilidad social. 

Las Farc serán un pie de página desde sus refugios campestres, pero abrirán la puerta a la izquierda seria, ya deslastrada de ser auxiliares de la guerrilla. El experimento santista podría dar frutos sólo si se frena la captura del Estado para beneficio de empresas electorales familiares. Son cientos en las posiciones de elección popular. Ese es el verdadero enemigo del esquema de La Habana. Y es su corrupta presencia, no las Farc, la que abriría, de no extirparse, las puertas del populismo socialista del siglo XXI por un pueblo hastiado.

Presidente: para completar su visión, cerrado el capítulo de la paz, faltaría envenenar la mermelada y perseguir sin tregua los malandrines de la política.

rsegovia@axesat.com

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