Columna


La tula

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

22 de agosto de 2015 12:00 AM

Lo de acaudalado huele a naftalina, magnate a presuntuosidad. Tener prestigio y buen crédito poco significa. Ahora se limitan a decir que tiene la tula llena. Tendencia que quieren explicar por el 4 por mil a las operaciones bancarias. Ahora que es imposible saber el saldo de la cuenta corriente: con deducciones por cuotas de manejo y otras simplezas que se agencian los inefables bancos.

A riesgo de los permanentes asaltos de la delincuencia, se volvió a la costumbre de tener la plata debajo del colchón.
“Tener la tula” representa reconocer el poder económico. No valen bienes inmuebles, empresas, fábricas, acciones, lo importante es la tula. Quien mantiene elevadas sumas en efectivo siempre fue visto con desconfianza. Se desbordó la  admiración por el billete. Mientras el plástico y el dinero electrónico se apoderaron del mundo financiero, entre nosotros el becerro de oro es adorado en su forma más simple: la tula.

Otra gran confusión es el sancocho semántico generado por la idolatría al término duro. Este ha sido adoptado para señalar a gentes que atropellan para conseguir el éxito. Pero por extensión llaman así a los fuertes. La dureza es crueldad, insensibilidad. Ser duro no es ser fuerte, aunque así lo crean los débiles que se esconden detrás de esa actitud inclemente.

Los músculos, las armas y la tortura otorgan temor y poder pero nunca fortaleza. El cambio y el bienestar social requieren del orden y el respeto mutuo.
La verdadera fortaleza no se ostenta, nace de la sensibilidad. De la seguridad en sí mismo y no depende de rango. La fortaleza interna es la mano que se tiende, la ayuda que se da. Como decía el poeta: “apoya tu fatiga en mi fatiga, que yo mi pena apoyaré en tu pena”. 

Lo importante no es ser fuertes, sino superar la debilidad que se manifiesta en dureza. Los duros con notoriedad, exaltados a los primeros planos, no son fuertes, son otra cosa. Sus abominables fechorías, sus atropellos y delitos son violencia, canalladas y sangre. La crueldad no merece apología sino condena. La fortaleza es el esfuerzo, el trabajo, ayudar a los débiles. La fuerza no se nutre ni crece con sangre ajena, menos aún con atropello, a ella se llega con entrega, y hombría de bien.

Desterrar ese sentimiento de postración ante los duros y despreciar las tulas debe ser propósito indeclinable. Reconocer y respetar el trabajo y las empresas que el esfuerzo creó. Abominar la crueldad y el abuso, así como los billetes hechos con sangre y despojo.

Que lástima que “tula” y “duros” sean parte del lenguaje coloquial, pero no se limita a la semántica, al argot elemental de gentes bondadosas hipnotizadas, sino a la perturbación que los duros y la tula causan al engranaje social, económico y político.

 

abeltranpareja@gmail.com


 

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