Columna


La violencia universal

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

03 de octubre de 2017 12:00 AM

Los acontecimientos ocurridos el pasado fin de semana en las Vegas y en Barcelona pasarán a la historia como episodios vergonzantes para la humanidad, por cuenta de las demostraciones  de la violencia irracional de que son capaces los individuos y los Estados.

El mundo civilizado se sorprendió inicialmente con la absurda brutalidad policial con que el gobierno español intentó impedir la realización del referéndum independentista de Cataluña. Las tácticas de represión contra los votantes fue muy similar a las empleadas por las tropas de Nicolás Maduro en Venezuela, que tanto se cuestionan desde España, la Unión Europea y desde diferentes naciones.

Se puede estar de acuerdo o no con las intenciones de Barcelona de separarse de España, pero desde todas las perspectivas de análisis es claro que las imágenes de policías torpedeando una jornada democrática con golpes indiscriminados a la población, pateando en el suelo y arrastrando a mujeres y ancianos, concede nuevos argumentos a los independentistas para alcanzar su objetivo.

“Esto ha sido una borrachera de violencia desconcertante que no podíamos ni imaginar. La gente está indignada, muy indignada, pero serena. Debemos confiar en la gente. La gente tiene más sentido común que el señor Rajoy”, me escribió  el amigo catalán Carles Lorens, conmovido por la desmedida agresión contra civiles que había presenciado.

La atención política y mediática universal se desvió pocas horas después de los hechos por el nuevo episodio de barbarie protagonizado  por un hombre en las Vegas, que dejó por lo menos 50 muertos y más de 200 personas heridas, en la peor masacre en la historia de los Estados Unidos.

Hasta el momento de escribir esta columna no se han establecido oficialmente nexos del atacante con el terrorismo internacional, pero independientemente de la motivación, el ataque en solitario evidencia una minuciosa planeación para convertir la violencia en su efectiva forma de expresión.

Si bien en Barcelona no hubo muertos como en las Vegas, el común denominador en ambos episodios es la violencia, que ejercida por un Estado o por individuos a esos niveles, evidencia la cada vez menor valoración de la vida y su insignificancia ante causas políticas, religiosas o culturales. Ello se corrobora con los más recientes discursos amenazantes entre Estados Unidos y Corea del Norte o entre líderes de numerosas naciones en conflictos.

Tales hechos si bien generan conmoción en muchas personas, suelen alimentar su réplica o intenciones de superarlos por quienes cultivan la violencia como estrategia de vida. Desde las orillas de la sensatez solo quedan las esperanzas por que las dramáticas experiencias de España y Estados Unidos conlleven a desarmar los ánimos y las palabras en otros países, como Colombia, donde la intolerancia continúa abriendo peligrosos caminos.

 

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