No eran las tres de la mañana cuando a lo lejos, pero muy cerca para los sentidos, empezó esa macabra lamentación. Un animal lanzaba una queja desesperada que sonaría como un –prriioooo-. Enseguida, algo menos agudo respondía –guaaaa… guaaaa-. Y luego un tercero –fuaaaaa-. Cada vez, parecían tonos distintos, y duró hasta que amaneció, cuando el cantar de los pájaros mimetizó el duelo. Aves migratorias, llegaría a pensar alguien que los oyó. ¡No! Lo que pasó durante aquellas largas horas fue escalofriante, lleno de angustia y desesperanza. Fue lo mismo que oí cuando hace más de un año, un bulldozer eliminó todos los árboles en una hectárea frente a donde vivía.
Al empezar la función, recordé que algo similar pasaba a cientos de metros de allí. Está en construcción algo llamado Serena del Mar, al norte de Cartagena. Un área seca, llena de monte, sucio, en donde no crece nada, y quién sabe cuántos otros calificativos tendría. Lejos de la realidad, esa zona hacía parte de los últimos micro reductos de bosque seco del país.
Allí habitaban, hasta hace días, un número desconocido de animales y plantas. Hoy es un peladero y dentro de poco una ciudad soñada, quizás con cientos de apartamentos vacíos, como en muchos conjuntos del norte. Ahora será una zona más oxigenada, sin monte, con mejor entorno para los habitantes de edificios, fue la frase del exdirector de Cardique en El Tiempo, cuando con Edurbe arrasaron el mangle de El Cabrero, el sitio con mayor diversidad de aves de la ciudad. Por supuesto, también le escribí para comentarle del desespero de las iguanas y las aves. No puedo oponerme al progreso, replicó.
Más allá del progreso, a veces me pregunto por la fúnebre conversación de esos pájaros. Sea lo que fuere, no era algo bueno. Imaginaba frases como ¿y qué sucedió con los huevos del nido? ¿Para dónde nos vamos? ¿Qué era esa cosa gigante que nos arrebató todo? No tengo idea, no tengo idea, respondería el interlocutor. En realidad nunca lo sabremos, pero qué importa. Nos creemos superiores, que podemos acabar o utilizar el planeta como nos venga en gana, sin escrúpulos, ni prevenciones.
Al final, lo que me enseñan estos pájaros moribundos es que la inteligencia humana es destructiva. Así como acabamos con nuestros acompañantes en esta pequeña nave espacial llamada tierra, así podría terminar con nosotros cualquier especie alienígena que nos visite. Es más, la inteligencia artificial, eso que apenas estamos empezando a desarrollar, y cuyas raíces experimentamos con FaceBook y WhatsApp, entre otros, nos hará lo mismo. Nos borrará del mapa, esa es la naturaleza del Homo Sapiens.
*Profesor
@joliverov
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