Columna


Las alas se hicieron para volar

HENRY VERGARA SAGBINI

18 de enero de 2021 12:00 AM

En esta época nefasta, de confinamiento y tapaboca, a mi nieto César Manuel, de diez años, su abuelo materno, doctor Rafael Borré Hernández, le regaló un canario y un mochuelo, cada uno en su jaula, en el afán de mitigar sus soledades.

Desde la madrugada los escuchaba versear en su propio idioma, atrayendo a tortolitas que, libres y hazañosas, merodeaban las cárceles de alambre y madera como planeando una fuga a cambio de que los prisioneros derramaran suficiente alpiste de sus depósitos a reventar.

Una mañana encontré a mi nieto pensativo mirando las jaulas. - “¿Sabes abuelo?, yo también me siento enjaulado y ahora valoro la libertad. He decidido dejarlos ir”. –“Entonces, ¡ábrele las puertas!”, y le di un beso en sus manos de cristal. Decidimos hacerlo al día siguiente en los bosques milenarios de Turbaco, pero durante la noche César Manuel no pego el ojo, tenía muchas preguntas sin respuestas sobre el futuro de los rehenes alados, y acordamos llamar a Rafael Vergara Navarro, soñador y ambientalista, en ese orden.

- “Primo –le dijo mi nieto como si fueran de la misma edad–, voy a liberar un par de pajaritos, pero tengo miedo que los persiga un gavilán y los mate, que no encuentren comida ni agua, tampoco un nido donde pasar la noche”.

- “Primo –le dijo el eterno defensor del oxígeno y los manglares–, date el gusto de liberarlos, es un acto sublime y no te preocupes, ellos sobrevivirán y si no lo logran aprenderás lo que vale un segundo de libertad así se muera en el intento”.

“César Manuel, como a esos pajaritos, pronto germinarán tus propias alas otorgándote el sagrado derecho a exigir ser tu propio gerente, tu más confiable maestro; agente insustituible de aventuras, realidades y anhelos; general absuelto de tu propio ejército interior, de tus melodías y afectos para que jamás usurpen el trono construido en tu honor desde antes de que florecieran las constelaciones”.

- “Querido primo” –le dijo Rafa en tono paternal–, algún día extenderás tus alas y marcharás a fabricar tu propio nido, a tejer tus propios sueños y a sembrar en tus hijos semillas de libertad, de la genuina, de esa que se lleva por dentro, para que no les marquen el alma con el hierro incandescente de los caudillos perversos, especialistas en convertirnos sus esclavos, compinches o carceleros. Ve, ¡libera cuanto antes a esos rehenes!, que las alas se hicieron para volar, pero eso sí, no olvides desmigajar las jaulas.

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