Columna


Las cenizas de García Márquez

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

16 de agosto de 2015 12:00 AM

Nunca tuve duda de que las cenizas de Gabriel García Márquez reposarían en Cartagena, si no por expresa voluntad suya –era previsible que así lo quisiera– por inteligente decisión de su viuda y sus dos hijos, que bien sabían del amor y la admiración de su esposo y padre por la pétrea ciudad.

García Márquez, el hombre, nació en Aracataca, pero el escritor nació en Cartagena, en medio de los rudimentos del periodismo de entonces, entre plomo fundido, chibaletes e inmensos rollos de papel. Fue aquí donde lo atrapó la vocación. Mientras continuaba sus estudios de Derecho, sin mucho entusiasmo por la ciencia gaya, su oficio alterno, entre otras cosas para comer y vestirse, se cumplía manoseando cuartillas, tecleando la máquina de escribir y cazando noticias, analizándolas y disfrutando o sufriendo los efectos de la brega.

Con Clemente Manuel Zabala de institutor, Héctor Rojas Herazo de compañero y Gustavo Ibarra Merlano de guía intelectual (les decía a ambos los clásicos que debían leer), García Márquez resolvió un día, a propósito de una sabía insinuación de Ignacio Vélez Martínez, uno de sus profesores en la Universidad, que sería escritor y no abogado. Comerás papel y tinta, le dijo contrariado su progenitor. Pero el vástago increpado tenía fe en su fibra y en los tres cuentos que había publicado con bendiciones enaltecedoras de la crítica nacional.

Sobre El Universal –su palestra– cayó, vivas aún las llamas de El Bogotazo, la censura de prensa. El censor encargado de revisar su material, diariamente, era el coronel Luis F. Millán, un oficial inteligente y aficionado a los placeres estéticos, que advirtió un mandoble sutil y elegante contra el gobierno de Ospina en un editorial escrito por García Márquez. Pero a Millán le dolió que pudiera perderse la página de bruñida prosa que acababa de leer y autorizó publicarla. Hubo otro milagro: no destituyeron a Millán.

Bueno, quienes leyeron “Vivir para contarla” se bebieron en vivo el relato de su estación profesional en Cartagena y el impacto que le produjeron la ciudad y su trabajo, sus tertulias con el mismo Héctor, Manuel Zapata Olivella, los hermanos Óscar y Ramiro de la Espriella, Ñoli Cabrales, Diego León García y Edmundo López Gómez, entre otros, en las que hablaban en frases, sentían en frases y pensaban en frases, sin dejar de variar sobre Hegel y el contorno y el dintorno de quienes le calcaron el método.

Novelas como El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto y El amor y otros demonios serán testimonio eterno de lo que representó Cartagena de Indias para la retina y el alma de García Márquez. Acá siguió echando raíces después de la gloria: la Fundación para el Nuevo Periodismo, verbigracia. Nos faltaba la honrosa raíz de sus cenizas.

carvibus@yahoo.es
 

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