Columna


Las diéresis sobre las úes

JORGE DÁVILA-PESTANA VERGARA

15 de septiembre de 2016 12:00 AM

COLUMNA MÓVIL*

En estos días las campanas repicaron, no para recordar que existe Dios, sino para rescatar la vida y obra del presidente Juan José Nieto.

Plausible la labor iniciada hace varios meses por Gonzalo Guillén, para enaltecer y recuperar del olvido su nombre, así como también el seminario que sobre él llevaron a cabo Alfonso Múnera, Judith Pinedo, Javier Ortiz, Moisés Álvarez y Gustavo Bell.

De extracción popular, hijo del español Tomas Nicolás Nieto y de la mestiza Benedicta Gil Orlando Fals Borda describe su fisonomía en el libro Historia Doble de la Costa, como de “piel cetrina clara, ojos zarcos verdosos, nariz recta y amplia, labios finos, cejas arqueadas y cabello negro medio rizado” y agrega que sus “facciones atrayentes y hermosas” le facilitaron ascender en la vida. Los contados daguerrotipos sobre él, dan fe de la imagen antes descrita.

Si algo hay que destacar rápidamente en la figura de Nieto, fue su movilidad social. Los sociólogos la definen como los desplazamientos que efectúan los individuos, dentro de un determinado sistema socioeconómico. Su ascenso político y social, vertiginoso y fulgurante, que lo condujo a ser Presidente de Colombia, también lo llevó en 1864 a fundar con prestantes miembros de la sociedad cartagenera, el primer club social de la ciudad, antecedente de lo que es el Club Cartagena. En esa primera junta directiva, Nieto fue elegido su presidente. 

En la tinta corrida alrededor del rescate de la figura del presidente, ha dicho Vladdo -repitiendo palabras de Guillén- y que otros periodistas e historiadores han continuado con la cantilena, que un cuadro al óleo de Nieto con banda presidencial, tuvo una operación de “blanqueo” en París, y que otra restauración le devolvió su tez morena, “imagen que no fue del gusto de la aristocracia cartagenera”.

Pero por más bien que se conserve un óleo a través de los años, hay cambios físicos y químicos provocados por la oxidación, que lo envejecen y degradan, oscureciendo y ennegreciendo los barnices y aceites que aglutina la pintura. “También el tiempo pinta”, decía Goya. Es de sentido común, que si se envió a Paris para restaurarlo, recuperara el color original, como fue la “piel cetrina clara” del retratado. Nadie, absolutamente nadie lo ha querido “blanquear”.

Porque sé que el periodismo es el primer borrador de la historia, escribí este artículo, para que en un futuro, no se diga que en el siglo XX, un lienzo de él trataron de “blanquearlo” por el simple prurito de discriminar,

A veces no basta con poner los puntos sobre la íes, sino también las diéresis sobre las úes.

*Rotaremos este espacio para mayor variedad de opiniones.
jorgedavilapestana@hotmail.com

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