Columna


Las dos caras de la pobreza

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

26 de julio de 2013 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

26 de julio de 2013 12:00 AM

Toda historia tiene dos versiones, como la noche con el día o la tristeza con la alegría. Son dos puntos de vista antagónicos, de la misma forma que lo perfumado tiene de largo y lo putrefacto de corto.
La pobreza también tiene sus dos versiones, lo que tal vez pueda ayudarnos a entenderla mejor. Así las cosas, para cualquiera que camine por la vida descubrirá que existe una pobreza que tiene una dignidad y una templanza del tamaño de una catedral. Son aquellas personas que se dedican a trabajar duro y que no se quejan ante las circunstancias. 
Es la pobreza que aprende a salir adelante, independientemente de sus adversidades, porque tienen la verraquera engrapada en el alma. Esa pobreza la he conocido tantas veces y me quito el sombrero ante ella. Es gente que asumen las cosas como vienen y los problemas los convierten en oportunidades. Pueden caerse, pero se levantan, luchan la vivida honradamente y tienen una determinación  inquebrantable. A muchos se nos olvida que los logros nacen del hambre, la necesidad  y la exigencia, pues ahí se cocinan las mejores ambiciones.  
Sin embargo, también debo reconocer que en la vida nos topamos con otro tipo de pobreza. Es aquella pobreza que para vestirla no necesariamente hay que estar pobre. Me refiero a la pobreza que, indiferentemente de su poder adquisitivo, se queja de todo y le encanta victimizarse. Es la pobreza que siempre tiene una excusa para justificar su situación y la humanidad es culpable de sus males. Que le fascina gritar por sus derechos, pero recula ante sus deberes. Es la misma donde la apatía aflora silvestre y la pereza es peste. Es la pobreza donde el servicio ofrecido se confunde con el servilismo acomplejado, por eso toca luchar para que cumplan con el trabajo encomendado. Y en la mayoría de las ocasiones la labor recibida termina siendo un monumento a la mediocridad. Lo importante es hacer el mínimo esfuerzo, pero eso sí, con la máxima retribución.
Y que el Estado resuelva todos sus problemas, sin importar que aquello castre su dignidad ante la vida. Siempre digo que la verdadera tragedia humana es la pobreza de espíritu, sin importar el nivel socioeconómico donde se encuentre, porque ahí se pavimenta el camino más próspero para perpetuar la incompetencia.
De cuál de las dos pobrezas tengamos, dependerá nuestro futuro. Lo demás son pendejadas. No hay pobreza, por fregada que sea, que no pueda enfrentarse con actitud y trabajo duro. Lo veo diariamente. De ahí que necesitamos entender que la educación no es sólo conocimiento técnico o académico. Esa es una parte de la solución. También estamos en la obligación de enseñarle al alma lo que muchos aprendieron desde la cuna: que la pasión mueve montañas y que la voluntad férrea pone al destino en el punto exacto donde se abrazan los sueños.

Jorgerumie@gmail.com

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