Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en medicina, la expresión síntoma significa “fenómeno revelador de una enfermedad”.
En una segunda acepción y en sentido figurado, de acuerdo con la misma obra, un síntoma es “señal, indicio de una cosa que está sucediendo o va a suceder”.
Así, pues, una cosa es el “síntoma” y otra cosa muy distinta –mucho más de fondo- la enfermedad, cuya existencia determina la presencia del síntoma, que no se presentaría si no fuera por la enfermedad.
Los síntomas son, entonces, avisos, alarmas; llamados de atención; manifestaciones en torno a las causas de una posible descomposición, desequilibrio, irregularidad o daño, o amenaza de daño.
Como en el caso de la salud de las personas, en los ámbitos social, político y económico, puede afirmarse que los síntomas no se pueden confundir con los males, ni con sus causas. Los síntomas son indicadores acerca de que algo ocurre en ese organismo, por lo cual el asunto del que se trata reclama pronta y eficiente atención.
Los síntomas pueden ser salvadores, pero es claro que si no se los atiende a tiempo pueden reflejar, con el paso de los días, situaciones muy complejas de extraordinaria gravedad.
Por tanto, las autoridades, en el Estado, deben estar atentas a la presencia de síntomas –que pueden ser de muy variadas características- en el seno de la sociedad, pues ellos generalmente delatan la existencia de enfermedades en su interior, cuyo tratamiento –como en el caso de la salud humana- es imprescindible y urgente emprender, con el objeto de impedir la propagación del mal en todo el organismo social. Si no se tratan a tiempo, vienen muchas veces la metástasis; el mal crónico e irreversible, o la enfermedad terminal.
Hemos pensado en esta similitud a propósito de lo que viene ocurriendo en Colombia de unos meses para acá. Las protestas de muchos sectores se han hecho sentir, cada vez con más fuerza. Los indígenas, los cafeteros, los cacaoteros, los arroceros, los transportadores, los trabajadores, muchos empresarios, los mineros informales, los campesinos., para mencionar apenas algunos.
A medida que ha ido avanzando el año 2013, esas protestas -que nos indican que algo está pasando, y que no es leve- se han hecho más intensas, y más frecuentes. A ellas se han ido sumando sectores, hasta el punto de haberse generalizado en el país un clima de extraordinaria tensión, de progresivo y cada vez más indignado reclamo colectivo.
A las protestas, como las del Catatumbo o las de los indígenas del Cauca, e inclusive a las de los cafeteros, el Gobierno Nacional ha venido respondiendo con tres argumentos invariables: a) Achacando la protesta a la actividad de organizaciones subversivas o a la gestión de líderes de la oposición con propósitos políticos; b) Como consecuencia de ello, desplazando a la fuerza pública, con el objeto de –supuestamente- controlar o impedir problemas de orden público; c) Mediante promesas, generalmente incumplidas, que tienen por objeto desactivar la protesta para decir que todo regresó a la normalidad.
Pero los problemas siguen. Las enfermedades de orden social y económico continúan avanzando. Se produce la metástasis, porque no se ataca el mal sino los síntomas. No se enfrenta la realidad. Sin darse cuenta el Gobierno de que está empleando la política del avestruz.
*Abogado
jgh_asist@hotmail.com
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