Columna


Las riquezas como ídolos

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

29 de septiembre de 2013 12:02 AM

Las lecturas de los últimos domingos nos invitan a la cautela respecto a las riquezas para que no sean ídolos en los que centremos nuestra vida, sino que nos reconozcamos como administradores de nuestros talentos y recursos, haciéndolos rendir  y poniéndolos al servicio de los demás con integridad y solidaridad.

El peligro más grande de las riquezas como ídolos, es que nos insensibilizan el corazón ante Dios y sus leyes y ante nuestro prójimo y sus necesidades.

Por la falsa seguridad que da la riqueza, la fama o el éxito, nos podemos volver orgullosos y soberbios, abandonar la fe en Dios y actuar en contra de sus mandamientos, creyendo que no vamos  a tener consecuencias negativas para nuestras almas y de los demás, dando mal ejemplo e influyendo negativamente en la sociedad.

También cuando no nos damos cuenta de las necesidades de quienes están a nuestro alrededor, cuando no contribuimos con  ellos para que se desarrollen y logren mejorar su situación, por estar tan enfrascados en nuestro bienestar y comodidad.

Ni qué decir de la riqueza mal habida, la que es fruto de negocios deshonestos o perjudiciales para las personas y la sociedad: narcotráfico, pornografía, atracos, robos, secuestros, corrupción, trata de personas, apología a la violencia, a la sexualidad desordenada, al vicio, injusticias aprovechándose de las necesidades de las personas, la utilización de menores para fines perversos, etc. Con este dinero, nos esclavizamos totalmente al mal. 
El tiempo en la tierra es muy valioso, es para crecer en el bien y en el amor. Cultivar los valores que nos ayuden a ser mejores personas, a ser más productivos, generosos, solidarios y justos e irradiar nuestros bienes y talentos. El problema que tenemos es cuando somos insaciables, codiciosos y avaros y ponemos al dinero por encima de las personas y del bien. “Tú como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre”*.

No se trata de promover la pobreza, sino de irradiar la prosperidad, porque quien desarrolla sus talentos generando riqueza sana y honrada, viviendo de acuerdo a los principios divinos, genera prosperidad a su alrededor, cumple con sus deberes familiares, contribuye con trabajo e ingresos a otras familias y aporta, con los bienes y servicios que ofrece, con sus impuestos y demás aportes, al mejoramiento de la sociedad.
El asunto no es solo dar limosna, sino, comprometernos más con los cambios necesarios para que se abran más posibilidades de desarrollo y prosperidad para todos, desde nuestra libertad, motivados por amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, con la mira en los bienes eternos.

*1 Tm 11

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

judithdepaniza@yahoo.com

 

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